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No ha pasado nada, ¿verdad?

El guión estaba escrito y sucedió como suceden las cosas cuando ya están previstas. Presagios obvios, adivinanzas de mago principiante.

Venezuela iba a caer en Buenos Aires y Bolivia en Barranquilla, un marco ideal para el suspenso de la jornada de mañana, en Maturín y El Alto; ahí si es verdad que no valdrán actos de sortilegio o quiromancia. Ahí reinará la verdad de las verdades, porque con los dos parados en el filo del acantilado no habrá manera de escapar.

Mientras los bolivianos tienen los dos pies apuntando hacia el abismo, a la Vinotinto aún le queda uno en suelo firme. Un punto de ventaja que a estas alturas del Premundial, cuando se juega la última baraja de la partida, es casi como encontrar el tesoro en la base del arco iris. Los bolivianos, virtualmente eliminados, se han levantado desde sus carencias y se han erigido como una amenaza.

Ante Argentina, el equipo nacional no existió. Tímido, porque el adversario, dada su superioridad técnica individual y táctica en lo colectivo así lo quiso, y sin imaginación para llegar a algún lado, no sabemos si exagerando de plano su responsabilidad con el país. Hacemos esta anotación porque la VInotinto está en la obligación, en la urgencia inaplazable de quitar de su memoria ese mal partido y comenzar a construir otra vez, y la vez, dejarse llevar por ciertos arrebatos de locura como lo ha hecho en noches felices en los que se le han encendido todos los candiles de su genio.

En Bolivia también lo piensan. Apabullados por Colombia, sus jugadores saben que Venezuela tiene un punto más, pero en El Alto podrían alcanzarla. Jugar allá arriba, a más de cuatro mil metros desde el suelo hasta el cielo puede ser terrible para el visitante, así esta sea Brasil, cosa pequeña. Las condiciones atmosféricas, biológicas y mentales se trastocan, se dislocan, y bueno… Para Venezuela y Bolivia serán estos partidos de temer. Porque cuando los minutos pasen, y el gol no llega en los predios de Maturín y El Alto, habrá angustias, desesperos, errores impensados… pesadillas.

Será el día de los días, quizá el más trascendente de Venezuela en la historia reciente. Y es curioso pensar que si la Vinotinto vence llegará a 21 puntos, una menor cantidad que en otros premundiales cuando solo accedían al Mundial cuatro y uno a la repesca. Pero bueno, ni Salomón Rondón, ni Rafael Romo ni Jefferson Savarino ni ninguno de ellos tienen la culpa; así lo han dispuesto y así se va a cumplir.

Son las 7:30 de la noche, y la Vinotinto camina hacia su lado del campo. En la grada, en toda la geografía del país, habrá corazones tamborileando con celeridad. Llegar al repechaje y luego al Mundial ha de ser la cosa más hermosa que Venezuela haya visto desde que el hombre está sobre la Tierra. Será un terremoto de sentimientos, un estremecimiento nunca vivido, un alud de amor inmenso por la venezolanidad.

Dos selecciones y un destino

El cauce del río apura y busca desembocar en el mar; y allá, entre las olas bravías, solo uno podrá alzar las velas y sofocar el temporal Premundial.

Después de años de lucha y entrega, de afanes y desvelos, Venezuela y Bolivia se la juegan en procura del eslabón perdido del Mundial 2026. Tal vez no será una victoria demasiado sonora llegar séptima entre diez selecciones, pero al margen de si hay méritos suficientes o no está la gente, a la que tal consideración poco le importa. Lo que vale es llegar, tener el aliento suficiente para pisar allá arriba, en Estados Unidos-México-Canadá, y poder tener enfrente, cara a cara, a luminarias del “dribling” y el balón.

Serán las de mañana bregas sin cuartel, lanza contra lanza en dos actos de pura sobrevivencia. Ya, a la distancia, se oye un eco de amor irrenunciable: “¡Vamos Vinotinto, carajo!”.

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