En otros tiempos los ataques verbales entre los jugadores de fútbol formaba parte integral de cada partido. Sacar al rival de sus casillas y hacerlo caer en la trampa de la provocación era una táctica que figuraba en el manual de la vieja escuela de entrenadores mañosos y jugadores formados en el barro de canchas polvorientas, donde la única protección contra los tacos y la lengua afilada de los defensas era la pura habilidad. Peor que las provocaciones era el racismo que padecieron, quienes por la melaza de su piel, escasa formación educativa o condición social eran marginados de la cancha.
Pero contra los provocadores de oficio, la escuela de los insultos y la segregación racial, los grandes jugadores siempre han respondido de la manera más elegante e inteligente. En las primeras tres décadas del Siglo XX, cuando los clubes de fútbol eran exclusivos para la aristocracia de Brasil y para las élites de ese país resultaba degradantes que los negros, los analfabetas, los pobres o los inmigrantes se unieran al Flamengo, Fluminense o Botafogo; los excluidos respondieron como mejor sabían. Fue lo que hizo Arthur Friedenreich da Silva Santos, hijo de un empresario alemán y una lavandera brasileña descendientes de esclavos libertos, cuando inventó el fútbol samba.
Dueño de una creatividad inagotable, Friedenreich fue el primer negro que brilló en el fútbol profesional de Brasil con su abanico de gambetas imparables, túneles y goles con disparos de ángulos imposibles, mediante los cuales silenció a los rivales que lo insultaban en la cancha por su condición de mulato.
Cuando la selección de Brasil, perdió el Mundial de 1950 en la trágica derrota 2-1 que le infligió Uruguay con la garra charrúa de los goles inolvidables de Juan Alberto Shiaffino y Alcides Ghiggia, sobraron analistas en el país amazónico que atribuyeron esta caída a la negritud de su plantilla, con el arquero Moacir Barbosa como chivo expiatorio de esa mezcla de racismo, frustración y desconsuelo que necesitaba un culpable de piel morena.
Pero a quienes levantaron la bandera de que había que blanquear a la verdamarilla, Pelé respondió conquistando tres títulos mundiales y convirtiéndose en uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos.
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Mano dura para erradicar la xenofobia
Antes lo que ocurría en el terreno, quedaba entre los jugadores. Era una suerte de código secreto nunca escrito que los futbolistas respetaban sin importar cuán grave hubiera sido la afrenta sufrida en la cancha. Pero los tiempos cambian y las disputas verbales que solo eran entre jugadores ahora también se apoderaron de las tribunas y las calles.
Los insultos racistas y amenazas a la integridad física se repiten en Europa. En la Liga de España se llegó al exabrupto intolerable de exhibir un muñeco de Vinícius, guindado en un puente cercano a la ciudad deportiva del Real Madrid en plan de ahorcamiento. Cuatro ultras del Atlético de Madrid fueron condenados por este ataque contra el jugador brasileño al que lo han insultado hasta la saciedad cuando celebra sus goles danzando. Ante los crecientes actos de racismo que se repiten en las canchas del mundo, las entidades que rigen el fútbol como la FIFA, UEFA y la Conmebol debieron pasar de las declaraciones de buenas intenciones a tomar medidas para castigar los excesos
Veremos si la denuncia realizada en días recientes por el defensa criollo Miguel Navarro contra el paraguayo Damián Bobadilla, que lo denigró como “venezolano muerto de hambre”, no se queda en las gavetas de la Conmebol, por el hecho de que el presidente de la entidad, Alejandro Domínguez y el acusado comparten nacionalidad. Multa y suspensión serían un buen mensaje contra los Bobadillas del sur.
El fútbol nacional se ha nutrido del aporte de dirigentes y jugadores foráneos
Venezuela ha sido desde siempre un país abierto a las diferentes culturas, razas, religiones y nacionalidades. Tal vez nuestra nación es una de los pocas del mundo que puede ufanarse de que en una misma cuadra en el paseo Los Caobos de Caracas comparten territorio en santa paz musulmanes, judíos, maronitas y cristianos, que en otras partes del planeta viven bajo el terror de la guerra. Pero no solo la fe ha sido bienvenida en nuestro país; en lo que respecta al fútbol, Venezuela se ha nutrido de dirigentes y jugadores de todas las nacionalidades, que llegaron al país para organizar equipos profesionales o exhibir su calidad con el balón.
El Deportivo Táchira, uno de los clubes más populares del país, fue la creación del empresario ítalo-venezolano, nacido en siciliana ciudad de Siracusa, Antonio Gaetano Greco; y por las filas del cuadro aurinegro han pasado futbolistas y entrenadores que dejaron huella, entre ellos el inolvidable Carlos Horacio Moreno, a quien la institución le debe su identidad futbolística de equipo propositivo, siempre ordenando a partir de la pelota y con vocación ofensiva. De Paraguay, de la misma tierra de Bobadilla, quien irrespetó con su insulto la nacionalidad venezolana, vinieron estrellas como Pedro Pascual Peralta que hizo historia con sus 121 anotaciones para contribuir a los cinco títulos del Portuguesa, donde echó raíces y se volvió en ídolo eterno del Penta. A los insultos de Bobadilla contra Navarro y nuestra tierra, la mejor forma de responderle es con triunfos. Si algún ayuno hemos pasado los venezolanos a lo largo de la historia es la de clasificaciones al Mundial. Esa hambre de trascender es la que debe saciar la Vinotinto para tapar la boca a quienes desprecian a nuestros jugadores.