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Henry Velásquez ha hecho de las pesas un apostolado de vida

Henry Velásquez (Caracas, 20-02-1977) es el buque insignia de los entrenadores venezolanos que ha logrado con su apostolado deportivo y social convertir al levantamiento de pesas en una de las disciplinas más exitosas de los últimos tiempos.

Como en aquel magistral cuento borgeano de los caminos que se bifurcan, este caraqueño tuvo que definir en el tiempo y espacio preciso la ruta que debía transitar su vida. Pudo haber sido ingeniero u oficial de nuestra Fuerza Armada, como soñaba su madre Eliana Noriega, pero eligió seguir los pasos de su maestro y mentor, William Rivero.

Veintitrés años después siente que ser licenciado en educación física y guía de los halterofilistas venezolanos son dos de los grandes logros de su vida, como lo revela el hecho de ser uno de los pocos ductores del país en haber conseguido un campeonato mundial y la medalla olímpica en su especialidad.

Este caraqueño de Santa Teresa que de niño pasaba las horas jugando en la Plaza La Concordia, la misma que en tiempo del General Juan Vicente Gómez había sido el centro de tortura de los enemigos de la dictadura, se inició primero como practicante del wushu y luego como uno de los mejores levantadores de pesas del país en 86 kilogramos.

“Vengo de las artes marciales que es una tradición en mi familia, pero a los 17 años decidí estudiar Educación Física en el Pedagógico, en medio del drama familiar para mi madre que quería que aprovechara los cupos para estudiar Ingeniería en la UCV o ingresar en la Academia Militar. Había realizado en secreto el examen para ingresar al Pedagógico, donde también salí seleccionado y a partir de ahí comenzó mi relación con las pesas”, rememora el ahora jefe de entrenadores de las selecciones nacionales que paradójicamente nunca pudo representar al país como atleta.

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Temprano retiro

Quedó campeón en el Nacional de Valencia en 2002 en representación de Caracas, pero la dirigencia de la Federación Venezolana de Pesas, comandada entonces por José Herrera, descartó los sobrados méritos de Velásquez para integrar a la selección nacional y fue cuando tomó otra elección que marcó su vida y su carrera deportiva.

“A los 25 años me retiré, porque no me llamaron a la selección”, recuerda todavía con la amargura de aquella decepción, pero feliz de haber tomado la ruta de la formación de nuevos talentos. “Con 21 años me había graduado en el Pedagógico, era profesor en un colegio Madison en El Cafetal, di un paso al costado y me dije que iba a comenzar a entrenar”.

Su apostolado en este deporte se inició con las uñas, gracias a los materiales de trabajo que le aportó el otrora ministro del Deporte, Eduardo Álvarez, y un local en estadio Brígido Iriarte que le facilitó Rafa Romero, el más grande velocista en la historia del país, quien fungía de director del estadio capitalino. Allí comenzó a trabajar desde abajo, formando chamos, entre los cuales figuraban quien se transformaría en una de las mejores pesistas femeninas de las dos últimas décadas en Venezuela.

“Dayana Chirinos fue la primera atleta que formé desde cero. Tenía nueve años cuando comencé a entrenarla y ahora después de cuatro ciclos ella sigue vigente, trabajando duro para cumplir con el único peldaño que le falta a su carrera: competir en unos Juegos Olímpicos”, refiere sobre la multimedallista caraqueña, reina nacional en los 87 kilogramos, que en los años recientes conquistó el oro en los Centroamericanos de San Salvador 2023 y en el Campeonato Panamericanos de Caracas 2024.

Don Bosco de las pesas

Pero su gran obra la construyó como una suerte de Don Bosco de las pesas, como lo apodan sus amigos cariñosamente, en la Unidad Educativa Niño Simón en Montalbán, Caracas. Con el apoyo de la profesora Levia Velásquez, desarrolló un nuevo proyecto de detección y desarrollo de talentos en las pesas, del cual surgió una de las máxima figuras de nuestro país.

“Abrí una escuelita con el respaldo de la comunidad y los profesores, hablé con Herrera, presidente de la Federación de Pesas, que no me llevó a la selección nacional, pero esa vez me dio unos materiales para que comenzara a entrenar, y mira las vueltas que da la vida: de esa escuelita salió un monstruo como Keydomar Vallenilla. Ahora tengo la satisfacción de ser uno de los pocos entrenadores en el país que sacó un medallista de plata olímpico y un campeón mundial”, señala con humildad sobre los logros que alcanzó con el hércules guaireño en los Juegos Olímpicos de Tokyo 2020 y el Mundial de Bogotá 2022.

El oropel de las grandes victorias deportivas no ha cambiado su vocación bosconiana por educar y tender la mano a los chamos con más necesidades que llegan a su escuela cargados de ilusiones y Velásquez termina apoyándolos en todo para que salgan adelante, compartiendo el pan, la arepita y hasta pagándoles el pasaje para que no abandonen el gimnasio.

“Mucha gente me dice que por qué sigo en la escuela, si soy un entrenador de élite mundial, pero la verdad es que mi sueño es tener una casa hogar, una suerte de escuela de talentos deportivos, donde podamos ayudar a los niños en situación de calle, con un hogar que no esté bien constituido para que estudien hasta los 18 años y salgan nuevos campeones”, confiesa en relación a este proyecto educativo, social y deportivo que sería la cúspide de su apostolado.

Vocación y sacrificio

Sobre el secreto de su éxito como entrenador asegura que es producto de un “sentido de vocación y de un gran sacrificio”, porque en estos 23 años dedicado a la formación de halterofilistas ha dejado a un lado horas de compartir con la familia para dedicarlas a atender la preparación, los problemas emocionales, sicológicos y hasta económicos de sus pupilos.

“A todos los entrenadores del país, le aconsejo que se ganen la confianza de atleta, del representante y de la comunidad. Articular esos factores es una gran fortaleza. Cuando uno se hace amigo del entorno donde trabaja, desde la persona más humilde hasta el que tiene más recursos va a apoyar”, apostilla.

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