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Ya Chile no será el juez

Hay circunstancias que lo mueven todo, y el empate de Venezuela ante Brasil ha sido una de ellas. Una caída el jueves y otra el mañana en Santiago, “aquella ciudad acorralada por símbolos de invierno” como oímos alguna vez cantar, hubiera sido la posibilidad de desbarrancarse por un abismo insondable hacia la clasificación venezolana al Mundial.

Porque, con Chile jugándose la última baraja de su manojo, el partido se presentaría casi de vivir o morir. Pero después del armisticio ante los brasileños ya no tanto, porque aun perdiendo y dependiendo de otros resultados, la Vinotinto seguiría en ese batallar por llegar al objetivo.

Claro que, con Paraguay descolgándose en el sexto lugar, a Venezuela, y tratemos de ser objetivos, solo le quedaría como puerto de llegar el séptimo, es decir, cara a cara ante Bolivia y partiendo de que Perú ya casi no cuenta. Y sería un premio de bien llegar, el premio mayor, porque lejos de entusiasmos del momento, del loco frenesí que despiertan en casa victorias ante Paraguay y Chile, o empates ante potencias como Uruguay, Argentina y Brasil, además de Ecuador, llegar al puesto de la repesca no estaría mal.

Por entonces oímos el clamor entusiasta del “¡ya estamos en el Mundial!”, pero habrá que decir que la prudencia a menudo paga bien.

Entonces, habrá que mirar, al trasluz del futuro, qué le queda a la VInotinto por jugar. Chile ya no será el juez para decidir, y habrá que mirar más allá, hacia el 2025 marcado en el calendario.

La próxima estación será Ecuador en Quito, parada casi siempre indescifrable por lo que ya sabemos. Los ecuatorianos, fundamentados en la altura de la ciudad capital y de la alzada indiscutible de su fútbol, no dejan escapar una. Suelen llegar a los mundiales con el caudal que les dan las victorias quiteñas. Luego, y mencionando los partidos como viajera, Venezuela tendrá que vérselas con Argentina en Buenos Aires, vaya tarea, y con Uruguay en Montevideo, ciudades de ingratos recuerdos venezolanos.

Por alivio, la Vinotinto tendrá en suelo nacional a Perú, Colombia y Bolivia, en procura de logros que hagan subir los puntos hasta lo más alto posible. Es decir, y todo en teoría posible: perder los tres fuera de territorio y vencer en los tres en suelo propio, sería llegar junto a las 12 que tiene a 21 puntos, una cantidad improbable cuando la clasificación mundialista era de cuatro, pero posible al llegar a seis o al repechaje.

Pero, un momento. Estamos apartando, con toda intención, la posibilidad cierta de batir a Chile dentro de dos días. Si tal conquista es posible, si los astros y “mercurio retrógrado” no se atraviesan en el camino, pues Estados Unidos-México y Canadá serás posibles.

Mientras tanto, y a la espera de tantos y tan importantes partidos, habrá que recordar al querido Lázaro Candal: “¡Qué angustia, qué desesperación!..”

Aquella tarde en el Brígido

Con una grada añadida al aforo habitual del estadio Brígido Iriarte y colocada detrás del arco norte, la Vinotinto, que aquella tarde de agosto de 1989 jugó con camisera roja, recibió a “La Roja” con el alma levantada y con el deseo de quedar bien luego de caer ante Brasil.

Goles de Iván Zamorano y Jorge Aravena habían puesto tierra de por medio, hasta que, lleno de coraje y valor y cuando corría el minuto 71, Ildemaro Fernández puso alas a la quimera nacional y encendió la grada con aquel gol que habló claro que colocó las cosas 2 a 1: el objetivo estaba cerca; Venezuela montaba un cerco y Chile desesperaba.

Empero, seis minutos después el tercer gol austral liquidó toda pretensión, porque el 3 a 1 se acababa de convertir en una misión imposible de cumplir.

Por entonces se jugaba en grupos de tres selecciones, rumbo al Mundial de Italia 90.

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