Los dioses del fútbol comienzan a ser permisivos. Y seguramente ya oyen a todos aquellos que quisieran que el fútbol, aun respetando las tradiciones, pueda abrir sus portales para los que pocas veces, o nunca, han participado de su fiesta. En la reciente Copa América tres de ellos se colaron en el jolgorio, y aunque no se sabe quién los invitó, hicieron sentir su presencia como una advertencia para lo que habrá de venir. Descomplicados, atrevidos y hasta altaneros, Canadá, Panamá y Venezuela hicieron sonar sus trompetas pidiendo paso entre la muchedumbre, entre la tupida maleza del fútbol para llegar al salón donde los gigantes se ufanan de su grandeza…
Y lo que más llama la atención de la afición futbolera es que la aparición de los tres recién llegados, con aspiraciones de ingresar como nuevos miembros de la cofradía de los elegidos, proviene de países donde el fútbol no es el deporte preferencial. En Canadá, potencia universal de los deportes de nieve, el hockey sobre hielo es el soberano. En aquellos confines las multitudes deliran por sus equipos, así como también por el fútbol canadiense, una modalidad del americano pero con algunas variaciones en las reglas. El “soccer”, pues, está lejos en el gusto de la gente, superado por otras actividades de canchas y estadios que por estos lados poco conocemos.
En Panamá, y en virtud de una tradición de campeones mundiales con Roberto “mano e´piedra” Durán marcando el camino, el boxeo reina, aunque deben compartir algunos espacios con el beisbol. Y en Venezuela, aunque el fútbol en los años recientes ha aumentado con prontitud su popularidad, sigue siendo el beisbol el que alimenta de vigor la sangre nacional…
Crecer en el fútbol es un proceso lento, de pasos para adelante y para atrás, y en el que siempre ganan los mismos. Si revisamos los noventa y cuatro años de campeonatos mundiales veremos que solo ocho naciones se han llevado la antorcha. Por eso es que la insurgencia de nuevas fuerzas levanta insospechados ánimos entre los aficionados, ávidos de emociones.
Sería un hecho feliz que alguno de los tres nombrados insurgentes u otros de poca nombradía como Eslovenia o Eslovaquia, caminaran firme hacia lugares de relevancia en el planeta fútbol. Ver una final mundialista entre Canadá y Turquía, Panamá y Ucrania, o entre Venezuela y Marruecos daría al fútbol nueva sabia, un aliento para todos aquellos que quisieran ver un cambio de raíz. Porque al final de todo la vida es eso: cambiar para volver a vivir.
Nos vemos por ahí.