El fútbol puede ser alucinante y rico, pero también una trampa para caer en tentaciones. Una vez retirados los jugadores, habituados a extravagantes estilos de vida, procuran mantener su nivel de gastos y comodidades que no siempre consiguen: yates, aviones particulares, bebidas exóticas, adoraciones de aficionados y medios de comunicación, modelos de curvas deslumbrantes y labios carnosos deseosas de exposición publicitaria al lado de las grandes figuras.
Pero por ahí, a escondidas y andando en las puntas de los pies, brillan las irresistibles tentaciones. Bueno, no hay que estar en situación de retiro para morder el anzuelo. Acaba de suceder en Inglaterra con Lucas Paquetá. El brasileño, astro indiscutible del West Ham y de la selección de su país, es investigado por sospechas de apuestas; al parecer provocó tarjetas amarillas para cambiar el rumbo de los partidos. El mediocampista ofensivo se ha defendido, pero tiene en su contra los antecedentes de decenas de futbolistas a los que en diferente épocas se les ha comprobado el pecado…
A primer golpe de vista se podría pensar que el jugador, de tanto dinero que gana por salir a la cancha cada fin de semana, no debería tener esa necesidad. Que tiene plata, afición y el mundo en sus manos. Empero, por ahí, moviéndoles el piso, la tentación busca víctimas, se procura clientes para sus amargas fechorías.
No sabemos si, pendiente de las averiguaciones, Paquetá ha caído por el barranco de la apuesta, pero al echar una mirada atrás nos damos cuenta de las agallas por las firmas millonarias que han tenido sus colegas. El fútbol tiene todo esto; es un universo donde se fraguan cosas hermosas, rivalidades sanas y se busca el gol como suerte suprema, pero también todas las cosas que rodean los intereses, no siempre claros, que lo envuelven…
El jugador de cualquier deporte profesional vive en ese torbellino.
Hace unas semanas le tocó vivir una confusión a Shohei Ohtani, el japonés de los 700 millones de dólares por el contrato. No fue él, válganos, el de manejos oscuros, sino su intérprete; Ohtani debió aclarar las cosas ante de que estas pasaran a mayores. Y pensar que tampoco escapa a estos asuntos el fútbol venezolano, de quien muchas veces se ha comentado estar envueltos jugadores y equipos en turbias maniobras, por cierto, nunca comprobadas.
Ahora le toca a Paquetá, quien deberá recurrir a sus habilidades de jugador, a sus gambetas y trucos para salir del embrollo y escapar ileso de toda culpabilidad. Cuidarse de las consecuencias, porque dicen que aunque se cure la herida siempre queda la marca.
Nos vemos por ahí.