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Rodrygo y Severino, cuánto olvido…

Oculto en las sombras, enceguecido por los rayos de luz que emanan del ingenio de Vinicius, Rodrygo sufre el olvido de los medios de comunicación. Sus dos goles marcados en Semana Santa a la Real Sociedad fueron buenos para, al menos, rescatarlo del pozo de la indiferencia publicitaria.

Rodrygo, taciturno, sin los aspavientos que a menudo rodean a los grandes jugadores, se ha caracterizado por sacar de apuros al Real Madrid con anotaciones en los minutos decisivos:

“Ah, Rodrygo. No esperábamos eso de él”, suelen decir por Chamartín y en las tertulia de la Plaza Mayor, donde se comentan los triunfos madridistas, se habla de lo bueno que ha sido Jude Bellingham, los arranques veloces de Vinicius, el orden que impone Toni Kroos en el medio campo, lo implacable y firme que ha estado toda la defensa para mantener al equipo en lo más alto de las posiciones. Casi nunca hay un elogio para el tipo decidido y eficiente que emerge de la nada, llamado a la batalla cuando faltan pocos minutos para concluir y entonces resolver los partidos…

Ver al brasileño nos hizo evocar a Jefferson Savarino en la selección Vinotinto. Jugador hábil, generoso en su fútbol, inteligente, también ha sido sometido a los rigores del olvido, aunque de otra manera a la del atacante del Madrid. Artillero fino, comprobado en los días cuando fue titular indiscutido en el ataque del Atlético Mineiro y por estos días en el Botafogo, ha sido colocado en los recientes partidos, y contra su naturaleza de hombre libre e ingenioso, como mediocampista.

Desde ahí se supone que debe apoyar a los compañeros de adelante y alimentar a los encargados de violar los arcos contrarios, aquellos jugadores que han de marcar los goles victoriosos.

Así las cosas, Savarino entonces debe “traicionar”, por decirlo en sentido figurado, sus valores como futbolista. Por eso no se le ve, no se le nombra entre los grandes de cada acción porque su figuración es silenciosa y, en apariencia, de poco peso en las grandes y urgentes decisiones…

Puede ser que en estos jugadores, Rodrygo y Savarino, hayan influido decisivamente su manera de ser, sus calladas personalidades, pues aunque parecieran conformes con sus actuales situaciones, no tendría que ser así.

Los técnicos de los dos equipos los utilizan de la manera que ellos consideran prudente, necesaria, aunque quizás en el fondo no tiene que ser de esta manera. Uno y otro son jugadores de élite, marcados para destinos lujosos, y solo falta verlos, en sus lugares y en las decisiones de los entrenadores, en toda su grandeza.

Nos vemos por ahí.

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