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Álvaro Espinoza, siempre persistente – Líder en deportes

Dicen que lo bueno se hace esperar. Después del debut de Luis Salazar (1980), tuvieron que pasar cuatro campañas para volver a ver a un venezolano capaz de mantenerse en el máximo nivel por al menos 10 años y ese fue, nada más y nada menos que, Álvaro Espinoza. En los registros el criollo número 37 que vio acción en el llamado mejor beisbol del mundo y el décimo que cumplió con esos parámetros antes mencionados.

Espinoza debutó con apenas 22 años, en 1984, con los Mellizos de Minnesota, pero ese año jugó solo un compromiso, realmente tuvo que esperar hasta la campaña siguiente para poder mostrar sus habilidades por más tiempo. Aunque realmente ese no era un equipo donde tuviese todas las oportunidades que merecía, pues antes que él estaban Roy Smalley y Greg Gagne, cómo consecuencia terminó saliendo y estuvo ausente durante todo un año. En 1988 firmó como agente libre con los Yankees de New York, el equipo de sus amores, y aceptó ir a Triple-A. Ese año solo jugó tres compromisos en Las Mayores por una lesión de Willie Randolph, pero eso bastó para demostrar que merecía más.

En la zafra siguiente, 1989, recibió la oportunidad de ser el campocorto titular de los mulos, pues el dominicano Rafael Santana se había lesionado y se perdería todo el año. Esa coyuntura le permitió a Álvaro jugar su primera campaña completa en el llamado mejor del mundo, fueron en total 146 compromisos y -hay que decirlo- solo Steve Sax y Don Mattingly jugaron más que él ese año. Lo hizo todo bien, despachó un total de 142 inatrapables, incluidos 24 extrabases, empujó 41 carreras y anotó otras 51, todo esto para facturar un promedio de .282, que fue el tercero más alto entre los bateadores calificados de los mulos.

Esa actuación le permitió mantener un rol protagónico con New York las siguientes dos temporadas y al final terminó disputando 447 compromisos con esa camiseta. En 1992 volvió a estar ausente, pero no dejó de insistir y consiguió volver por segunda vez, en esa oportunidad con los Indios de Cleveland, equipo con el que jugó cuatro campañas de forma ininterrumpida y llegó a disputar la Serie Mundial en 1995. Y ese sí que es un recuerdo especial, el momento que le hizo saber qué todos los esfuerzos habían valido la pena. No ganaron, cedieron en seis juegos ante los Bravos, pero él atesora ese momento como si tuviese el anillo en la mano.

La campaña 1996 la repartió entre Cleveland y los Mets de Nueva York y su carrera la finalizó con los Marineros de Seattle al año siguiente. En sus registros hay 630 inatrapables, incluidos 22 jonrones, empujó 201 carrera y anotó 252, todo eso para dejar un promedio de .254, que -hoy por hoy- mucho podrán desmeritar, pero en su época eran números respetables, pues estaba ahí por su guante y por el temple con el que jugaba, ese mismo que en Venezuela lo hizo dejar huella en la afición.

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