Todos los técnicos y jugadores del fútbol nacional deberían tomar nota de la intensidad con la que viene jugando el PSG de Luis Enrique en cada uno de los torneos que ha enfrentado esta temporada. No importa si enfrentan al colista Montpellier en la Liga 1, al Inter de Milán en la final de la Champions o al todopoderoso Real Madrid en el Mundial de Clubes, la actitud del equipo es siempre la misma. Todos corren, meten y presionan desde la misma jugada de saque largo hacia los rincones del campo rival, con la cual adelanta sus líneas, enseña los dientes afilados y aplica esa particular Gegenpressing germana para demoler táctica, física y mentalmente al rival de turno.
Los videos del Dembélé, asumiendo la responsabilidad de ser el primer defensor, correteando sin chistar y solidariamente a los centrales para negarle líneas de pase y forzarlos a incurrir en errores mentales, como hizo ante Rüdinger para robarle el balón y anotar el segundo tanto del 4-0, deberían ser exhibido en cada entrenamiento de los clubes nacionales en todas las categorías,
Cuando un delantero venezolano se niegue a apoyar en defensa, porque su trabajo solo se reduce a convertir goles, hay que mostrarle la enorme diferencia entre un tipo como Dembélé que decidió ser el líder de su equipo, dejándose el alma en cada jugada, y la de otros como Mbappé o Vinícius que solo corren cuando se trata de atacar, olvidado que el fútbol moderno es un sistema integral.
El fútbol venezolano está a años luz de ese fútbol total del PSG, donde el “Mosquito” es el alma del ataque y la defensa, en la que Hakimi una veces es lateral; otra, un volante que cae por los callejones internos o culmina las jugadas como un delantero centro. Si algún día la Liga Futve quiere salir de este sopor de partidos disputados a cámara lenta, en la que se juega a un ritmo cansino del siglo pasado, un “fútbol de abuelos” como ácidamente lo definió el experimentado delantero Nicolás “Miku” Fedor, hay que mirarse en el espejo del PSG, y cambiar las formas de entrenar, de disputar los partidos y la actitud en el terreno.
Se juega como se entrena, es un antiguo concepto del fútbol, y en Venezuela contados equipos como la UCV de Sasso, la nueva Academia Puerto Cabello de Eduardo Saragó o su Deportivo Táchira, y el Marítimo de Luis “Pájaro” Vera en segunda división se atreven a presionar alto y tratan de jugar a un ritmo distinto, con mayor intensidad. Pero no es suficiente que un puñado lo intente, debería ser un compromiso de todos los entrenadores y jugadores para dar un salto de calidad.
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Los mosqueteros de Luis Enrique
Aquello que en el fútbol se llama la mano del entrenador puede entenderse con prístina claridad en el PSG del técnico español, Luis Enrique. El equipo del millonario fondo catarí, encabezado por el empresario Nasser Al-Khelaifi, invirtió fortunas en fichajes descomunales como Mbappé, Neymar o Messi, pero el sino perdedor del club en Europa no cambió hasta que tuvo en el banquillo un entrenador que prioriza lo colectivo al éxito individual.
Luis Enrique entiende el fútbol como una sociedad paritaria en la que todos tienen iguales derechos, responsabilidades y obligaciones. Nadie es más estrella que otra, y de allí que Mbappé salió disparado para el Real Madrid, después de su primer año con el DT, en la que Luis Enrique le mostraba videos de Michael Jordan, defendiendo en los Toros de Chicago con la misma intensidad con la que atacaba el aro, y le exigía a su principal estrella que fuera el líder del club en compromiso.
Dembélé, en cambio, sí entendió el mensaje del técnico y se convirtió en ese Jordan que requería Luis Enrique para transformar al PSG en un equipo de valientes mosqueteros, donde todos son para uno y uno para todos, como en la célebre novela de Alejandro Dumas. Si hay alguien merece el Balón de Oro esta temporada, es Dembélé por dejar de ser un jugador moroso para transformarse en un crack. Ese premio debería compartirlo con Luis Enrique, autor táctico y sicológico de esta mudanza.
La contratación de Jhonny Ferreira otro paso para criollizar los banquillos
La contratación de Jhonny Ferreira para dirigir a la selección nacional sub-17, luego de que culmine el exitoso proceso de Oswaldo Vizcarrondo que clasificó a este equipo al Mundial de Catar de noviembre, es otro paso adelante de la Federación Venezolana de Fútbol para dejar de creer en repúblicas aéreas e invertir fortunas en proyectos ilusorios, como la breve pasantía de José Pékerman, quien consiguió una dorada jubilación gracias al suculento contrato firmado para encabezar una cacareada transformación que duró un suspiro.
La argentinización de todos los banquillos de las selecciones menores impulsadas por Fernando “Bocha” Batista, heredero de Pékerman en el cargo, no produjo un cambio sustancial en el juego. La clasificación al Mundial Indonesia 2023, bajo la conducción de Ricardo Valiño, no pasó de una ensoñación. Porque el equipo salió adelante más por el talento de jugadores como David Martínez que por el aporte táctico del DT, como quedó demostrado luego en el Preolímpico de Caracas, donde la sub-23 de Valiño se despidió por la puerta de atrás al perder 2-0 ante Paraguay con un fútbol chato sin creatividad ni ambiciones.
Este fracaso económico y deportivo obligó a cambiar a la FVF a cambiar los planes, mirar hacia dentro y apostar por el crecimiento de los entrenadores nacionales, que tienen un conocimiento más profundo de la realidad del fútbol nacional y pueden aportar su experiencia como lo ha hecho Vizcarrondo en la sub-17, poniendo a jugar al equipo un fútbol de alto vuelo como ya quisiéramos ver en la selección mayor. La llegada de Ferreira es otro acierto, porque es un formador que convirtió a Monagas en una cantera. Esperemos que mantenga el estilo de fútbol atrevido de Vizcarrondo.