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Táchira, como en sus grandes días

El partido del pasado domingo, sin haber sido el ejemplo del llamado bien jugar, y sin hacer concesiones a la estética del juego, fue un valor apreciable del fútbol venezolano. Con entrega, pero también con la exacta medida del juego, el Táchira nos hizo recordar aquellos días del “Carrusel Aurinegro” de Carlos Moreno. Tranquilo, conocedor que por esos caminos se llegaba a la meta, midió el partido en su justa dimensión ante un Caracas algunas veces desbocado, con hambre de gol y en procura de algo que nunca llegó; sabía lo que quería, pero nunca conoció los senderos ciertos.

Oportunidades las tuvo, pero esa mismo urgencia fue su traición. Los tachirenses bebieron de buena fuente, transitaron aquellas rutas de grandeza que es su verdadera historia en el estadio de Pueblo Nuevo, y terminaron por imponer su juego, sino mejor, sí más consciente de lo que hay que cumplir en partidos de esa naturaleza…

El Caracas, no obstante la caída, enseñó otra vez la crecida de su fútbol. Y no es solo por el resultado, que al final de la jornada casi siempre es circunstancial, sino por la entronización de conceptos manejados por el técnico, Fernando “Colorao” Aristeguieta, en busca de objetivos mayores y alejado de la “burocracia” del fútbol, caracterizado por ese andar lento y seguro que de vez en cuando vemos en la televisión. Los “Rojos del Ávila” Jugarán la Copa Suramericana y aunque la nueva idea aún no está del todo consolidada, si se nota que se asoma un equipo verdaderamente renovado.

Bueno, días de “vino y rosas”, como cantó alguna vez un trovador, para el Táchira; de promesas de luces encendidas, para el Caracas. El partido, derbi nacional, no caló en la afición gocha como en otras tardes; con el estadio ni siquiera a medio llenar, los sancristobalenses dejaron ir la oportunidad de atestiguar un partido que, si no se puede catalogan como “inolvidable”, si se puede incluir en uno de los más, o tal vez el más emocionantes de este 2025…

Yeferson Soteldo parece haber encontrado, al fin, su lugar en el mundo. Lo decimos porque han sido conocidas sus vueltas por aquí y por allá, sin soltar el ancla por diferentes motivos. Ahora, en su vuelta al Santos, ha tenido la fortuna de encontrar como “partner” a Neymar, cualquier pequeña cosa, y con la comprensión de un astro que no ha tenido poses ni arrogancias de figura ante el jugador venezolano. Con ellos llegan las jugadas, aparece el embrujo. Vimos el gol olímpico del brasileño en el último partido del equipo del puerto, y en el festejo por la hazaña uno de los primeros en llegar para el abrazo fraterno fue el muchacho de Acarigua. Vaya pareja, vaya compañeros.

Nos vemos por ahí.

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