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Partidos para reivindicar – Líder en deportes

Si usted no lo vio, usted se perdió de seguir uno de los partidos más vibrantes de los últimos tiempos. Tal vez usted estaba hablando por las incesantes llamadas del teléfono celular, o quizá trabajando en casa en la computadora. Se lo perdió, y cuando usted vea la repetición en horas nocturnas, lo va a lamentar. Vaya emociones, vaya suspenso. Vaya todo lo que el fútbol puede ofrecer.

Inicialmente se podía pensar que la atención sobre el Manchester United-Real Madrid tenía más de publicidad que de realidad futbolística, que era un ardid como trampa vende fútbol, pero la honestidad del juego, la entrega generosa de aquellos sudados jugadores lo pagó todo y dejó capital para la cuenta por venir. Estilo alegre y veloz como celaje, contra mesura y tranquilidad con la pelota del rival.

Erling Haaland y Kylian Mbappé asumiendo sus inapelables destinos. Kevin De Bruyne Halland-contra Eduardo Camavinga y Mbappé. Afanes y lujos contra luces e inteligencia, extenuación contra extenuación. Fue, en verdad, un partido que le ganó la mano al hecho propagandístico en que se ha convertido el fútbol. Cualquier cosa de por ahí lo presenta la televisión como “el partido del siglo”, y los aficionados, ávidos de grandeza, se lo comen entero.

Ederson Moraes contra Thibaut Courtois. Halland contra Mbappé. Gol contra gol. La importancia del partido no solo estuvo en la grandeza del juego, en la reivindicación del fútbol, sino en salirse al paso, como si fuera una muralla de hormigón, a todas las maledicencias que lo rodean y que son propias de aquellos aficionados que por la nostalgia del fútbol romántico, no creen en esta era.

Los partidos de esta época son productos a consumir para llenar las ansiedades, y es por eso que es vendido como pan caliente en las panaderías de la esquina. Mas, lo visto en Manchester si no lo borra todo, le llega cerca. La repetición de los Madrid-Barcelona ya se vuelve cansón, repetitivo, y por eso un encuentro como el del pasado martes llena la vida y un poco más.

¿Qué más se les puede pedir a estos tipos del City-Madrid, que más exigencia al derroche de finuras y bravezas que las vistas en su disputado lance a morir? El fútbol los habrá premiado con la admiración universal, y los que vimos el cara a cara pudimos dormir y ver de nuevo, en los pensamientos del entresueño, aquellas escenas de Halland enredando dos veces la bola en su nido, a Mbappé cobrando revancha, a Brahim Núñez dándole aliento a los madridistas, a Jude Bellingham decidiendo de contra corriente lo que había que decidir.

¿Usted no lo vio, usted, a lo mejor subestimándolo pensó que sería un partido más? Caramba, no sabemos si habrá otro igual. ¿O sí? ¿No nos tendrá guardado el fútbol en su mágico inventario otro partido como ese? Bueno, pasado mañana habrá otro. ¿Sabe quiénes juegan? Pues, por cierto, Real Madrid y Manchester City…

La sangre del Madrid

Hace algunos años se decía que el fútbol era un juego enigmático, pero en el que siempre ganaban los alemanes. Era, claro está, una metáfora para hablar del poderío germano en los campos del mundo. Hoy habrá que rememorar aquellas palabras pero dándole un giro al idioma, y decir que “el fútbol es un juego, pero que siempre gana el Real Madrid”. Siempre arrebatado, siempre acechante, saca esa sangre particular, única, que lo hacen un equipo tan temible.

Aunque en el nivel europeo el miedo no debería existir, a nadie le gustaría tener que enfrentarlo. Su temple, su raza indómita, su carácter a toda prueba lo convierten en ese monstruo invencible que revienta los diques de todo esquema táctico adversario, en especial cuando está abajo.

Ahí es más peligroso, más enloquecido, más Real Madrid. Y si no, ahí está el Manchester City para asegurarlo.

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