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¿Qué hacemos ahora?

La metáfora habla de un hombre parado en un cruce de senderos sin saber cuál tomar. En uno se asoman Ecuador, Uruguay y Argentina, los tres en sus inexpugnables fortalezas. En el otro, Perú, Bolivia y Colombia, estos en la guarida nacional.

¿Cuál será, alcanzará con vencer a los tres como arrogante millonario dueño de morada? Serán nueve puntos dorados, brazaletes con diamantes incrustados. ¿Y en lo demás? Bueno, jugársela a todas, arañar uno, dos puntos y esperar a ver qué pasa. ¿Alcanzará? ¿Se seguirá mirando a Salomón Rondón, a Jefferson Savarino, a Yeferson Soteldo, a Rafael Romo como héroes de la patria o serán apenas un recuerdo agridulce de lo que pudo haber sido y no fue?

Marzo es mes de primaveras y sueños de alucinaciones. Y en marzo comenzará la última batalla, la de sobrevivencia de este conflicto de 18 partidos en los que de 10, seis levantarán las banderas mundialistas, y uno más con el consuelo de la repesca. Y será Ecuador, el buen, el filoso Ecuador con su fútbol aparentemente alocado pero eficiente, el que abra la brecha. Después llegarán Perú y Bolivia, partidos propicios paras alzar el vuelo, y luego viaje al sur ante las terribles Uruguay y Argentina, para terminar, y como colofón al vivir o morir, Colombia.

Veamos: clasificación a Rusia Mundial 2018: sexto Chile, 26 puntos. Séptimo Paraguay, 24. Catar 2022: sexto Colombia, 23. Séptimo Chile, 19. En rigor, Venezuela no puede aspirar a más. Tiene como capital 12 puntos en 12 partidos, es decir, una sencilla proyección le daría 18, muy poco. Pero ahí los detalles, como diría el gran Mario Moreno. ¿Qué tal si, en una de esas, y en complicidad con el hecho misterioso del fútbol, con su enigma en cada jugada, en cada impredecible situación, saca lo que tiene o no tiene para puntuar en el sur?

No es posible conocer el dibujo táctico de la Vinotinto. Casi no se entiende. Va, y parafraseando como le oímos decir alguna vez al escritor argentino Tomás Eloy Martínez, “ni para adelante ni para atrás; simplemente, va”. Se envalentona, disputa con los más duros y los vence; pero se deshilacha, se desdice y se convierte de gigante en criatura sin peso ni precisión ante los menores.

¿Se habrá dado cuenta la dirección técnica? Claro que sí. Pero atención; se han tropezado, como se tropezará todo el que se asome, con algo que no se ve, ni está en ninguna estadística ni en ningún cuadro de posibilidades: la dispar manera de entender el fútbol de los jugadores, sus disyuntivas, sus a veces indescifrables pensamientos.

Han cambiado muchas cosas en la Vinotinto. Más organización, más atención, modernos métodos de entrenamiento. No así aquellas mentalidades que están generosamente entregadas a una causa común, que luchan hasta más allá de sus posibilidades. Pero hay algo allá adentro, en lo más recónditos de los pliegues de la memoria, que no deja. ¿Qué será?

Tiempos de Páez y Farías

Las selecciones de Richard Paéz y César Farías levantaron en la gente aquellas ilusiones que parecían dormidas. Pero que, en realidad, desde siempre habían estado a la espera de un rayo de luz, de una iluminación, de un ángel salvador.

En los años previos a los dos técnicos nunca se creyó, en la superficie de la fe, que el cuadro nacional podría ir a la gran empresa; pero más abajo, donde se maceran los sueños y sin deseos de despertar, se cocinaba un Mundial, algún Mundial, el que fuera: Víctor Pignanelli, Rafa Santana, Manuel Plasencia, Carlos Moreno, todos ellos y los que por el momento pueden olvidarse, vivieron aquellos dolores desde el lado allá de la raya divisoria.

Pasaron clasificaciones, partidos, viajes, estadios venezolanos, y el milagro nunca fue milagro. Ahora se ha vuelto a creer, a encender la antorcha de la vida entera.

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