Dicen que lo se hereda no se roba, y el partido ante Chile nos hizo recordar la vieja conseja. Los equipos venezolanos han conservado, para mal, su falta de temple, su incapacidad para soportar los embates adversarios cuando los partidos se consumen, y en Santiago no fue diferente. Con dos ventajas, no hubo capacidad para echar por tierra a las camisetas rojas; porque en realidad, la Vinotinto fue, desde la óptica táctica, un desastre, sin orden ni concierto para diseñar algo diferente que desarticular a los chilenos.
¿Dónde estaba el don de mando del mediocampo?, ¿qué pasó con el grito a tiempo que consiguiera parar el partido? Sin malicia, sin aquel guiño de ojo para advertir lo que sabían que se venía encima ante un cuadro como el de Chile, desesperado porque con la derrota se esfumaba el Mundial, todo se fue desmoronando, desarticulando, y adiós puntos vitales para mantener la esperanza de una gesta anunciada, pero que día a día se convierte de sueño posible en lejana quimera…
Pero habrá que admitir que Chile sacó su historia. Lo vimos hace unos meses en Maturín como un equipo en harapos, de ideas gastadas, con jugadores vencidos por el trajín y el tiempo. Ante Venezuela fue otro, renacido y vuelto a la vida: ¿cómo una selección puede cambiar así, como si en la cancha de Santiago hubiesen sido otros los futbolistas? Porque Chile, aun en crisis de valores, con la dirigencia perdida en el túnel que parece no tener salida, sabe jugar los partidos importantes, como ante la Vinotinto, aquellos que a la entrada a la cancha una voz misteriosa les dice a los oídos: “No hay mañana”. Ahora ya no es solo Bolivia.
A Venezuela le ha aparecido un nuevo aspirante, un candidato que se asoma como para entrar en carrera y que visto lo que se vio en Santiago, y también hace unos días en Lima frente a Perú, aún no está dispuesto a renunciar…
Un amigo nos decía, cuando entraba al automercado y miraba la gran cantidad de un mismo producto en varios estantes del local, que parecía que los tiraban “con un salero”, para graficar que había mucho de aquellos y que se le aparecían donde quiera que echaba un golpe de vista.
En estos días en Alemania podríamos decir lo mismo, al ver rodando por las calles “como si los tiraran con un salero”, cantidades incontables de carros Mercedes-Benz y BMW. Son autos de marcas caras, de alto lujo, pero aquí son moneda corriente y de fabricación teutona. Para tener uno en Venezuela habría que trabajar toda la vida, ahorrar, volver a nacer y seguir ahorrando.
Nos vemos por ahí.