“El que persevera alcanza”, repiten en los hogares venezolanos para motivar a todos los que persiguen un sueño. Evidencias de que funciona hay por doquier y si tenemos que buscar una en el beisbol podemos hablar de Melvin Mora, uno de los 10 venezolanos que debutaron en Grandes Ligas en la temporada 1999, el único de esa camada que estaba más cerca de los 30 que de los 20. Uno que quebró paradigmas y dejó una huella imborrable, especialmente en Baltimore.
Para contextualizar lo que fue la carrera de Melvin Mora tenemos que remontarnos a 1992 cuando comenzó su andar en ligas menores con los Astros de Houston, pasaron ocho años y quedó claro que no había espacio para él. Se marchó entonces a China, donde jugó con Mercuries Tigers y ligó para .345 con 11 empujadas y 34 anotadas. Aunque muchos pensaron que esa decisión marcaba el fin de su lucha por jugar el llamado mejor beisbol del mundo, la verdad es que lo mostró en el continente asiático le valió un contrato como agente libre con los Mets de New York, equipo con el que finalmente hizo el grado el 30 de mayo de 1999 ya con 27 años.
Ese año llegó a la Gran Manzana para ser el jardinero izquierdo Rickey Henderson, pero además en la pradera derecha estaba Roger Cedeño en sus mejores años. Aún así Melvin se las ingenió para mostrar sus habilidades, especialmente en la defensa, donde sumó 78.2 innings sin cometer una sola pifia. Ese año jugó su única postemporada y brilló como nunca, bateó para .400, con seis inatrapables, incluido un jonrón, empujó dos carreras, ganó tres boletos y protagonizó una jugada inolvidable de doble robo con Roger Cedeño. Los Mets se quedaron cortos en la Serie de Campeonato, que disputaron ante los Bravos de Atlanta.
Pero Melvin cumplió. El muchacho de Agua Negra, estado Yaracuy, había demostrado que podía jugar al máximo nivel, porque sí, era un guante excelso, pero también podía aportar con el bate y ser determinante en lo que llaman “la hora de los hombres”. Para el 2000 Melvin ganó protagonismo, tan es así que en 79 juegos sumó 242 apariciones al plato y ligó para .260 con 21 extrabases y 30 carreras impulsadas. Sin embargo, el 28 de julio fue traspasado a Baltimore, equipo que finalmente premiará su persistencia y con el que hilvanaria 10 exitosas campañas.
En 2001 se adueñó del jardín central y dejó un promedio de fildeo de .987 a razón de tres pifias en 706 innings y dos tercios de labor. No había ninguna duda, su defensa era de las mejores, pero si, necesitaba mejorar como bateador y lo hizo, dio un salto de calidad tremendo en 2003. Y entonces se convirtió en el jugador ideal, de buena defensa, bate oportuno y espíritu incansable. Ahí empezó a mostrar que podía contribuir con su bate y aquello le garantizaron años dorados en Baltimore, años que le garantizaron un puesto en el Salón de la Fama del equipo.