En 2020, cuando Rafael Dudamel dejó a la selección Vinotinto, un limbo de meses fue el vacío en el que entonces cayó el fútbol nacional. Llamadas, idas para acá y para allá, hasta que al fin y como un enviado misterioso, “se apareció la virgen”: el portugués José Peseiro. Poco duró en el mando el hombre llegado desde la Lusitania, y a buscar otra vez. Esta contada situación se parece tanto a la actual, especialmente por la vorágine de nombres que día a día, momento a momento surgen desde los confines del decir popular. Algunos clásicos, otros emergentes, y de rato en rato varios outsiders. César Farías, Richard Páez y Rafael Dudamel son los que de inmediato saltan desde los rincones del clasicismo; Eduardo Saragó, Oswaldo Vizcarrondo, Juan Arango y Johnny Ferreira como valores emergentes; Juan Domingo Tolisano y Fernando “Colorao” Aristeguieta desde las penumbras de lo inesperado…
Si esto fuera una subasta de modo tradicional, en los que el hombre del martillo pregunta, con aire de conocedor, “¿quién da más?”, veríamos algo así como una “feria de vanidades” con manos levantadas y proponiendo lo imposible. Pero no es así nada más. Esta es una decisión que tiene que tomar, con valor y sin preferencias la Federación Venezolana. Luego de filtrar, colar y volver a filtrar en las vasijas de la ecuanimidad los nombre probables, dar la explosiva noticia y correr con las consecuencias. Fijémonos que solo hemos nombrado y con toda intención técnicos venezolanos, porque ya, visto lo que se ha visto, andando por caminos sinuosos y empedrados, suponemos que tiene que ser uno de ellos. Se ha habado con obstinada insistencia de los argentinos Luis Zubeldía y Ricardo Gareca, y también del brasileño Ademar Leonardo Bacchi “Tite”. Son tipos acreditados, cómo no, pero el clamor popular no se conformaría sino con uno salido desde los abrevaderos de la más pura venezolanidad…
El fútbol, como fútbol nacional, no entusiasma ni le importa en mayor grado a la gente. Solo importa de verdad desde la corriente Vinotinto, sus resultados, su destino, lo que le acontece a esa entidad, y todo porque ese color de piel se ha metido en el alma del país. Sería una “herejía”, un paso hacia la “excomunión” olvidar ese sentimiento nacional. Andando por ahí, y hablando con el hombre de la calle, se palpa ese deseo ferviente, esa necesidad de verse retratados en uno de ellos. Y con entusiasta fervor desean que lleve por apellido Farías, Páez, Dudamel, Saragó, Vizcarrondo, Arango, Ferreira, Tolisano, Aristeguieta. Sí, uno de ellos: ¿quién será?
Nos vemos por ahí.