Tantas cosas y matices tiene el fútbol, pero ninguna de ellas se compara con las encendidas rivalidades. Porque estas no son solo entre dos equipos, sino que en su vientre pueden llevar regiones, países, continentes. No es igual que el Barcelona enfrente al Betis de Sevilla que al Real Madrid. En aquel partido solo está el propio fútbol; en el otro está en juego la supremacía de ciudad, de gentilicio, la propiedad de una identidad.
Los tiempos que corren han sido propicios para envolver al planeta, en virtud del empuje de los medios de comunicación, en el antagonismo entre catalanes y madrileños. Ya se ha hecho, casi siempre sin valor de conciencia nacional y más allá de España, propio de otros países; vuela sobre fronteras, culturas, maneras de ser, para hacer suyo a uno u otro equipo.
Pero si echamos una sutil mirada a las rivalidades, siempre las ha habido y en todos los países. Son espontáneas, florecientes y hasta necesarias. Porque el fútbol es, por encima de todo, un vehículo de expresión para que los pueblos se sientan identificados, y, llevados por pasiones nacionalistas, a veces falsamente unidos.
Al Barsa-Madrid les tocó, felizmente, una época de un desarrollo comunicacional que no nos ha hecho percibir plenamente que en Venezuela existe un choque ancestral entre Táchira y Caracas, un duelo que es, a su manera, el sentido figurado de la historia patria. Los gochos (palabra ya aceptada por el diccionario de la Real Academia) se enorgullecen de ser la “tierra de los presidentes” y reniegan de una cierta “discriminación” de los capitalinos hacia las provincias, mientras que los caraqueños se defienden sin resentimientos por ser sede de los poderes públicos y de las grandes decisiones.
Nos ha parecido siempre que la guerra sin pausas entre “El Carrusel Aurinegro” y “Los Rojos del Ávila” no ha tenido la justa resonancia mediática; tal vez esto haya sido por la prevalencia en los medios internacionales de otras realidades. Al ver un Manchester City-Chelsea, un Juventus-Milan o un París Saint-Germain-Olympique de Marsella no son muchas las ganas de pegarse de la televisión, por contraste, de un Táchira-Caracas. Seguir un partido del fútbol nacional no siempre es reconfortante.
Es verdad que en interés de la afición vive hoy horas bajas, quizá porque casi toda la atención esté en lo que haga y deje de hacer la Vinotinto. La asistencia a los estadios de Pueblo Nuevo en San Cristóbal, y al Olímpico de la capital del país, ha mermado considerablemente, un hecho que podría deberse a que las miradas se dirigen, preferentemente, hacia el equipo representativo.
Llegará el Mundial, pasará el Mundial, y entonces podremos celebrar la vuelta al gusto popular de los Táchira-Caracas. Sería ese un magnífico motivo para que la afición regrese, como en los mejores días, a soltar las pasiones por su camiseta del alma.
Desde Marte llegan noticias
“¡Aló, aló. Por aquí tenemos algunas noticias!”. Y las noticias llegaban, vía computadora, desde Marte, el planeta rojo al que los viajes interplanetarios de la empresa futurista de Elon Musk han llegado con éxito. “Desde aquí se sigue el fútbol, especialmente los partidos Barcelona-Real Madrid y Táchira-Caracas”, dice una información.
En la colonia de habitantes de la Tierra que se han instalados cómodamente allá, hay un grupo de venezolanos que han celebrado la clasificación de la Vinotinto al Mundial, y esperan ansiosos conocer los rivales en Estados Unidos-México-Canadá; ellos siguen las actuaciones de los compatriotas en sus clubes.
Todo esto parece un delirio, un derroche de imaginación de gente desbocada en optimismo, pero ¿no será verdad dentro de algunos años poner pie y estar pendientes del fútbol en el planeta de los marcianos?