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La vida comienza a los 40… y siempre

Luka Modric se asoma a la ventana y ondea la camiseta rojinegra del Milan. Sonríe, con su sonrisa de sabio, y muestra sin sonrojo en su delgado cuello los surcos del tiempo. Son sus cercanos cuarenta, o como dirían en Cumaná, “tiene más años que días”.

Ahora vamos a 1991. George Foreman traspasa las puertas del Convention Center de Atlantic City y llega a la conferencia de prensa para presentar su combate ante Evander Holyfield. Sus “partners” despliegan una pancarta que dice: “La vida comienza a los 42”.

Tiempo inmemorial. Modric y Foreman están en lugares distintos, en Italia y Estados Unidos, pero se juntan en los días vividos. Cada uno tiene el orgullo de sus experiencias, de sus vibrantes existencias, pero no están conformes. Quieren seguir adelante, quieren buscar objetivos y luchar contra el paso de las épocas. Vaya pelea, vaya desigual enfrentamiento…

Hasta hace algunos años concebir atletas de esas edades era una quimera, una herejía. Al pasar la frontera de los treinta ya había que comenzar a pensar, seriamente, en el “qué voy yo a hacer luego del retiro”. Cambiaron la alimentación, las exigencias físicas, las preparaciones, y las metas de cada quién. En los nuevos días, en la cotidianidad, ya se ha hecho normal ver trabajar a mujeres en labores que antes no tendrían lugar. Y Se proclamaba “anciano” a un ser de sesenta años; hoy se le llama “entrando a la tercera edad”, en alusión a su renovada juventud. Ya no se le puede decir “anciano” a uno de ochenta, so pena de “una demanda por difamación”.

Por eso Luka Modric se exhibe en un balcón, y por eso Cristiano Ronaldo, a sus cuarenta cumplidos, sigue aspirando que llegue el 2026 para poder ganar el Mundial. La edad límite ya dejó de ser una rareza, un Abominable Hombre de las Nieves, un Pie Grande, para insertarse como obreros útiles de la construcción de la sociedad.

El fútbol, pues, dice presente. El Mundial del año próximo será un desfile de canas relumbrosas, de esbeltos cuerpos de jugadores que mostrarán exultantes, más que sus años, sus indiscutibles capacidades. Hace unos días leíamos la lesión sufrida por Thiago Silva, el zaguero brasileño que, a sus cuarenta años será una infortunada baja para el Fluminense en el torneo Brasilerao. Ejemplos como este amenazan con abundar, normales, porque podría suceder como con la bola de nieve, que se despeña amenazante desde lo alto de la montaña: crece y crece y ya no hay quien la detenga.

No hay manera de predecir lo que habrá de venir (“nadie sabe al día siguiente lo que hará”, decía Pablo Milanés en una de sus hermosas canciones), pero según como van la cosas y encaramándonos en el carrusel del universo, pronto veremos en las canchas de aquí y de allá a “muchachos” entusiastas y “juveniles” de cincuenta años de edad peleando balones en el centro del campo y disparando a los arcos como si tal cosa.

La otra verdad

Y como si fuera un enfrentamiento, una disputa de las edades, los jóvenes alzan su voz. Si jugar a los cuarenta ya no es una novedad, también lo es llegar a la cima del fútbol ante de los veinte años. Por ahí buscan su espacio el argentino Franco Mastantuono, llevado al Santiago Bernabeú a sus dieciocho años que cumplirá el próximo 14 de agosto; ahí se encontrará con Endrick, brasileño de su misma edad y con Arda Guler, turco de diecinueve; también merodea el verdeamarillo Estevao, quien “la rompe” en los entrenamientos del Chelsea.

¿Y qué decir del español Lamine Yamal, a los dieciocho ya cuajado como jugador que ha dejado de ser promesa para convertirse en la flecha goleadora del Barcelona?

Son decenas los muchachos que quitan el monte del camino para intenta desplazar a los “viejos” y tomar el control del fútbol de hoy. Quién los aguanta…

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