Se mira hacia las frases que la historia reseña y siempre hay alguna que se adhiere a lo que pasa en el fútbol. Y sentimos que pocas veces, como esta vez, aquella de Winston Churchill en plena II Guerra Mundial, fue representada en un partido. Hablamos de la final de la Copa América Femenina, jugada en sábado pasado en Quito, en la que “sangre, sudor y lágrimas”, reprodujo con fidelidad de creyente las palabras del líder inglés. Porque eso fue aquel ardiente capítulo, jugado a “sangre”, porque en disputados encontronazos la hubo, figurativa y literalmente, “sudor” como océanos desbordados durante el fragor del juego, y “lágrimas” al final, con la victoria de Brasil y la amarga derrota de Colombia en los lanzamientos penales…
Las mujeres de las dos selecciones se entregaron e hicieron reivindicar al fútbol como hecho humano honesto, sincero, dulce, no obstante la lucha de bala y fusil, de control generoso y amor por sus camisetas. Las colombianas, sin nada que las hicieran callar, estuvieron al comando tres veces, peo apareció Marta, la inigualable Marta, para igualar a falta de quince segundos del final. Volvió ella a marcar en el alargue, y tras el empate colombiano de tiro libre, los penales quisieron que, quizá como nunca, brotaran de la cancha quiteña el contraste entre vencer y caer. Alborozo en Brasil, y dolor infinito en Colombia.
Entonces recordamos la amarga dignidad que hay en la derrota al mirar, con una tristeza contagiante, a las chicas derrotadas deambular por el campo sin conseguir razón para regresar a casa solo con la frustración que no deja dormir. Y ahora decimos ¿por qué no nombraron a Linda Caicedo como la mejor jugadora del campeonato? Siempre fue, con su regates y su inteligencia, la mejor en la cancha… Bravo el fútbol femenino, una versión que reivindica al deporte como escudo de lo que pudiera ser un mundo nuevo…
Con Rafael Camposeo vivimos jornadas que no se pueden olvidar. En Argentina, en Brasil, fuimos compañeros de viajes y de aventuras futboleras, como aquella de la final de la Copa América de 1989, en estadio Maracaná, con 170 mil almas como únicos venezolanos entre aquella muchedumbre vociferante y en frenesí que es el fútbol en Río de Janeiro. Rafael se ha ido, a sus 95 años de edad, pero deja una estela de hombre bueno que en su momento fue un dirigente importante de la Federación Venezolana de Fútbol.
Vamos a decirte, como le dijera el poeta Miguel Hernández a un amigo el día de su último adiós: “Que tenemos que hablar de tanta cosas, compañero del alma, compañero”. Nos vemos por ahí.