La sentencia que repiten algunos futbolistas venezolanos de que las finales y los partidos clásicos, como el que enfrentan a Caracas y Táchira en el estadio Olímpico, no son para “jugarlos sino para ganarlos”, debería ser revisada con detenimiento. Traducido en el lenguaje común y corriente, lo que quieren decir este axioma es que sin importar lo feo que se juegue ni lo aburrido que se convierta el desafío, producto de las entradas bruscas, los patadones y las pérdidas de tiempo para desesperar al contrario, lo único que verdaderamente vale es el resultado.
Se equivocan quienes defiende esta peregrina idea. Los clásicos y los partidos decisivos no son exclusivamente para ganar o alzar un trofeo, sino para trascender a la medianía y mostrar en la cancha las razones por las cuales un duelo entre dos rivales, con tradición, historia y jugadores de categoría, puede paralizar a un país y trascender las fronteras para sumar adeptos en cualquier parte del mundo.
Si los choques entre Real Madrid y Barcelona dejaron de ser un asunto meramente español, que cada temporada incumbía solo a los aficionados merengues y culés, y se convirtió en un tema de atención universal, fue porque los amantes del fútbol en el mundo entero saben que durante los 90 minutos de ese partido asistirán a un espectáculo irrefrenable.
No esperan golpes ni jugadores que se retuercen en la cancha ante cualquier empujón, sino actos de magia con actores principales de ayer y hoy como Johan Cruyff, Maradona, Raúl, Luis Figo, Ronaldo Nazario, Cristiano Ronaldo, Ronaldinho, Messi, Lamine Yamal, Mbappé o Vinícius ofreciendo a los espectadores una obra de arte puro irrepetible.
Por suerte, en los banquillos del Caracas y Táchira dirigen hoy dos futbolistas que saben lo que significa marcar diferencias y dejar una huella onda en los aficionados, cuando se trata de disputar un clásico.
Fernando Aristeguieta se convirtió en uno de los ídolos más respetados por los seguidores del Caracas, precisamente por actuaciones soberbias ante el Deportivo Táchira, como aquel memorable triplete en Pueblo Nuevo para la victoria 1-3 en diciembre de 2012. Y Edgar Pérez Greco también fue protagonista de otro clásico vibrante en el estadio Olímpico, en el que anotó un golazo al minuto 90 para asegurar el empate 2-2 en marzo de 2008.
El gusto de ambos entrenadores por el fútbol ofensivo es una promesa de que este no será otro partido más del calendario. Caracas y Táchira tienen la obligación de ser la caja de reonancia de la Liga Futve para deleitar con jugadas, goles en un choque de alto vuelo.
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Respaldo sin insultos ni violencia
En los años ochenta, la gran rivalidad entre el fútbol de la capital y de los equipos del interior del país estaba signada por los candentes choques entre el Deportivo Táchira y el desaparecido Club Sport Marítimo, el acorazado rojiverde que llenaba el estadio olímpico cada domingo con su fervorosa legión de aficionados lusitanos.
Aquel Marítimo dirigido por Rafa Santana que tenía entre sus filas en sus filas al goleador Herbert Márquez, a Nelson Carrero, Noel Sanvicente, José “Cherry” Gamboa, Franco Rizzi, Pedro Acosta, Héctor Rivas y Daniel Nikolac le hacía sombra al magnífco Táchira de Laureano Jaimes, Carlos Maldonado, Miguel González y compañía que bajo la dirección de Carlos Horacio Moreno dictaba cátedra en la cancha con su fútbol de toque, posesión y desbordes para lastimar a los rivales más encopetados de Suramérica en la Libertadores como el rey de copas Independiente de Avellaneda de Argentina o Sol de América de Paraguay.
En esos tiempos los aficionados de Marítimo y Táchira convivían en las tribunas y gradas del estadio Olímpico, sin cantos injuriosos o violencia física por el simple hecho de respaldar al equipo de sus amores. No era necesario un batallón de agentes policiales, como ocurre ahora en los choques entre Caracas y Táchira, para separar a los barristias. Ellos también son responsables de que el clásico crezca como espectáculo sin golpes, insultos y violencia.
Experiencia, jerarquía y fútbol están a favor del cuadro aurinegro
Por tener una idea más consolidada de su juego desde que Eduardo Saragó asumió el banquillo y luego Edgar Pérez Greco dio continuidad al trabajo del técnico capitalino, llevando al Táchira hasta el título número 11 de su historia; por la experiencia de su plantilla y la categoría de jugadores como Roberto Rosales, Maurice Cova, Carlos Sosa, Daniel Saggiomo, Jesús Ortiz, Bryan Castillo y José Balza, una pandilla de buenos manejadores de pelota y definidores; a los que se unió otro mediocampista de muchas luces como Luis “Cariaco” González, el Táchira llega al clásico con más catadura y argumentos para extender su reciente dominico sobre el Caracas en la fase regular y en las finales.
La plantilla del Caracas está muy lejos de la profundidad que hoy exhibe el cuadro aurinegro, como lo revelan los reveses recientes del 0-4 en Pueblo Nuevo y el 0-2 en el Olímpico el año pasado. Sin un jugador que pueda echarse el equipo al hombro, como Fernando Aristeguieta lo hizo en su tiempo de implacable artillero del club, el ahora técnico depende de la convicción para defender la camiseta de su jugadores para sacar un extra y tratar equiparar las cargas. El principal reto de los Rojos será controlar ese medio campo infernal del Táchira que con Cova como maestro de ceremonia maneja los tiempos, distribuye en balón a su antojo y va empujando al rival contra su propio arco. El ritmo de fútbol internacional que trajo Cariaco González es un problema adicional, porque agregó una marcha adicional al juego del aurinegro en fase ofensiva. Para superar tantos recursos, Caracas necesita que Michael Covea se agrande en la lucha por la posesión y que Jariel De Santis se ponga el traje del “Colorado” y se consagre con el rojo.