No sabemos si es aquello que el poeta Federico García Lorca llamaba “duende”, o si es lo que ahora se le denomina “ángel”, pero hay jugadores de varios deportes que lo llevan consigo como un aura invisible. En caso contrario y, de esto es de lo que ahora queremos hablar, existen los que carecen de esa especie de extraño magnetismo que evita que los focos de medios de comunicación y amores de aficiones se posen en ellos. Y pongamos por caso el de Eugenio Suárez en las grandes ligas, y de Rodrygo en el fútbol mundial. Suárez comenzó la semana como líder en carreras empujadas en las grandes ligas y vanguardia de lo jonroneros en la Nacional; sin embargo, no se habla de él como sí lo hacen con Shohei Ohtani, el japonés que parece haber nacido con luces prendidas a su alrededor. Y entonces, Rodrygo…
El atacante del Real Madrid, colocado alternadamente en la alineación de Carlo Ancelotti, camina entristecido por los pasillos de la magnificente Ciudad Deportiva del club en Valdebebas. Se siente inseguro, navegando en la incertidumbre que da el no saber cuál podrá ser su verdadero destino. Ronda por ahí, “con la tranquilidad del desesperado”, como dijera Rubén Blades en “Adán García”, aquella dolorosa canción, y a la espera del empujón que lo mande a quién sabe qué recóndito lugar.
Desde Inglaterra e Italia se oyen propuestas, pero todas se tropiezan con la barrera insalvable del equipo español: ochenta millones de dólares por el pase, una salvaje cantidad que hasta ahora no están dispuesto, ni uno ni otro, a soltar. Rodrygo, atacante voraz aunque no lo parece, es hombre callado, sin aspavientos de grandeza, que suele hacer goles en los momentos apremiantes del cuadro madrileño, pero ni así parece ser tomado en cuenta por Xavi Alonso, recién estrenado y autoritario técnico del equipo. Habrá que esperar, con paciencia de Job, por los caminos ciertos del delantero brasileño…
Abrazos en el San Agustín: el pasado fin de semana vivimos dos días de emociones y sentimientos. Momentos de encuentros con los viejos amigos y compañeros del colegio de El Paraíso, en el aniversario de sus setenta años de existencia, a quienes teníamos mucho tiempo sin ver ni estrechar y compartir nostalgias arrasadoras. Futbolistas en su tiempo florido, ayer, hoy y siempre panas del alma, gentes que nos dieron la alegría de estar vivos y poder regalarnos, y regalarles, momentos para nunca olvidar. Hubo misa, conversatorios, exposición de fotografías, partido de fútbol (¡como corren todavía esos diablos, compadre…!), y un entrañable compartir. Gracias a todos ellos, al colegio de nuestros estudios de primaria; así volvimos a sentir la alegría de ser agustinos. Nos vemos por ahí.