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El mejor del mundo, mitos y verdades a medias

El sol calienta y ya amanece en las temporadas europeas. Los jugadores, hastiados de tanto compromiso en el 2025, regresan de sus escasos días de vacaciones.

La rutina está ahí, y con ella, los abrazos a los compañeros. Los músculos sienten el rigor de los ejercicios inclementes, y los huesos crujen pidiendo tregua. En pocas semanas se abrirán los portones de las ligas y no hay tiempo que perder. Todos se quejan de tanto partido por delante, pero se consuelan con los sueños de títulos y el dinero que ha de venir.

Se arman, se refuerzan, se espían. Destilan gota a gota en las bodegas el mejor vino posible: ¿quién será el elegido?

Es un tema muy actual. Se elogiaba, como una religión inapelable, que el Real Madrid era una muralla inconquistable. Se discutía, a la vez, que podía tener un enemigo en las maneras “josepguardiolistas” del Manchester City. Ah, pero apareció el París Saint-Germain como vencedor en la Champions League reclamando su lugar en el podio de la grandeza.

El Mundial de Clubes fue útil para diversas cosas; una de ellas, desmitificar a los que se ufanaban de su invencibilidad, y también para derribar los monumentos esculpidos en bronce de aquellos colosos de las canchas europeas. El Manchester vio rodar por la grama su armadura ante los temerarios árabes del Al-Hilal, el Madrid entregó sus pergaminos ante la finura del fútbol del París, y éste fue poco en su débil propuesta frente a un Chelsea bravo de toda braveza y capaz de ejecutar cualquier afrenta.

Entonces habría que plantearse si, apartando a los ya mencionados, ¿sería atrevido decir que en la consideración debería entrar el Liverpool, bastante más que el Chelsea en la Premier League, o el Barcelona, de plano con más peso que el Madrid? Por eso es que el Mundial ha de ser revisado; el sistema de clasificación resulta un poco absurdo porque no están algunos de los más calificados del jet-set.

Quedó muy claro que el Mundial no fue más que una referencia. Bueno, y es que el de selecciones también lo es. Revisemos a la Argentina campeona en Catar 2022: ¿tendría entre sus titulares algún jugador de su campeonato?, ¿no estarían todos insertados en planteles de Europa? Igual para brasileños y uruguayos, solo por mencionar a los tres mosqueteros de América del Sur. Ahora, como valor insurgente, habría que hacer mención de la fuerza que se levanta y grita su poder: Ecuador. En los partidos finales del Mundial vimos jugar en la zona defensiva del París a William Pacho, y en el Chelsea a Moisés Caicedo como mediocampista fundamental.

El sol escuece las pieles ya morenas de tanta playa. Brotan las conversaciones de recuerdos recientes y las nostalgias se acomodan en la memoria de los jugadores. Se configuran los esquemas y las estrategias, y todos los equipos buscan el eslabón perdido por ser el mejor. ¿Cuál de ellos podrá?

Las palabras de Luis Enrique

Alguien tenía que decirlo: “Los jugadores no son importantes”. Algunos, dolidos, se darían por aludidos, sobre todo viniendo del entrenador del París Saint-Germain, un club que hoy ilumina el panorama universal.

Luis Enrique puso como ejemplo a los médicos que deben pararse muy temprano para asistir a los enfermos, un pensamiento que nos trajo al recuerdo a Oswaldo Guillén en sus días como manager de los Medias Blancas, y andaba de lleno en el fragor de la Serie Mundial.

Entonces le preguntaron si sentía presión, y Guillén, con sabiduría y calma, respondió: “Presión tiene un hombre pobre que no tiene trabajo y cinco hijo que alimentar”.

Los futbolistas ganan dinero y divierten a la gente, pero sus carreras son cortas y de alguna manera se justifican sus ingresos.

Pero, de ahí a ser importantes… bueno, habría que preguntárselo a Luis Enrique.

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