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Un Mundial que abre portones

Los primeros atisbos hablaban de una cierta incredulidad. ¿Será verdad que el Mundial de Clubes tendrá éxito?

No lo sabemos con certeza de meridiano, pero sí que día a día fue creciendo en interés y fraguando un lugar en el atiborrado universo del fútbol universal. De los partidos iniciales vistos como una curiosidad, “qué tendrá ese equipo, qué tendrá ese otro”, la creencia se fue trasfigurando en verdad, y ya ven, desde cuartos de finales en adelante se destapó la expectativa, “voy a este, voy al otro, que tendrán los árabes del Al-Hilal tan sorprendente, y qué el Fluminense, y vamos a ver al Real Madrid, caramba, no, mejor al París Saint-Germain, que por algo terminó como campeón de la Champions League”.

Puede ser que el Mundial no haya dejado lecciones de fútbol, cambiantes maneras de jugar, pero sí en otro sentido. Quedó sembrado en la afición que, no obstante la cantidad de torneos que se riegan por todo punto cardinal, un encuentro de los más encumbrados equipos hacía falta. Había un vacío y hasta una urgencia, por ver “cómo es que se bate el cobre” entre continente y continente. Quedó establecido que Europa tiene el control, que Suramérica sigue estancada, que Asia avanza, y que África, tan recóndita, ha dejado en la cuneta de las promesas lo que se dijo hace veinte, treinta años, de su fútbol ancestral y maravilloso.

Pero, a un costado de las dudas y los elogios, fuera del alcance de jugadores que triunfaron o que dejaron sabores amargos de decepción, se levantan nuevas preguntas. ¿De quién fue la idea primigenia, quién organizó el Mundial de Clubes, qué hay detrás de este gran negocio, a quiénes beneficia y por qué?

El secretismo del balón pretende esconder las respuestas, porque todo se va en conjeturas y suposiciones. Sin embargo, hay razones para que las sospechas tengan sustento. El Mundial de Clubes fue una conjura, se cree, entre los amos de los clubes y la Fifa con los árabes empujando en la retaguardia, para liquidar a la Uefa y despejar el camino para darle más preponderancia a este evento que el al propio Mundial de selecciones. El Mundial de 2034 será en Arabia Saudita, y para entonces ya todo quedará aclarado.

El Mundial, donde quiera que sea, ha desnudado al fútbol como el negocio de este mundo, como la magna empresa que ha logrado lo que, hasta hace algunos años, parecía impensable: desde el subsuelo de los gramados yace, como una fuente de dinero incontable, el petróleo.

Con el Mundial de Clubes, concebido como un encuentro de los mejores, puede pasar como con el de selecciones: más y más equipos, porque eso representará más y más plata para todos. Se creía que el fútbol estaba entre los diez negocios más importantes, pero ya no se puede hablar de esa posición. Ahora amenaza con ser, luego del petróleo, el más trascendente y el de mayor influencia planetaria. ¿Quién da más? ¿Quién?

En busca del porvenir

Antes de hablar de los mejores del campeonato, habría que cortar el monte en la tupida selva de gestas y jugadores. Vuelta atrás, en retrospectiva, para volver a mirar en la memoria los partidos y tratar de ser justos.

Porque no solo fue una competencia para dar triunfos a sus equipos, sino para mirar hacia el horizonte, hacia un porvenir que puede ser generoso. Joao Pedro (Chelsea), Federico Valverde (Real Madrid), Cole Palmer (Chelsea), Ousmane Dembelé (París Saint-Germain), Gonzalo García (Real Madrid), Harry Keane (Bayer Munich), Serhou Guirassy (Borussia Dortmund). Algunos de ellos apuntan hacia lo que vendrá, pero la mayoría ya disfrutan de sus asientos como figuras esenciales. ¿Cuál ha sido el mejor, cuál ha sido el que ha dado más aportes a su club? Acertar es intentar dar con uno en la maraña mundialista, pero aquí vamos: Valverde.

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