El contraste fue evidente. Mientras el Botafogo bregó hasta el aliento postrero y cara a cara frente al Palmeiras, el Inter Miami fue una sombra errante e impotente ante un París Saint-Germain que tomó el partido mirando hacia los cuartos de final. Yefferson Savarino, en el medio campo del “Fogo”, no se dejó quebrar, como se dice en el fútbol; terció en la brega y siempre tuvo alma para llegar a donde tenía que llegar, aunque sin poderlo hacer. Tales cosas no pasaron con Telasco Segovia, perdido junto a sus compañeros en la fracasada expedición en la jungla del partido. Y sin aspiraciones de adivinación, fueron resultados de esperar; dos equipos brasileños que se conocen, y que sabe cada uno dónde es que se empata el tubo del otro. Fue un juego de desenlace incierto, como a menudo sucede en el fútbol, que casi siempre gana aquel que, con ojo avizor, capitaliza el detalle o el error contrario. Y eso pasó con el gol de Paulinho, un jugador que emergiendo desde las profundidades de la banca dio razón a aquellos que aseguran que el fútbol es deporte de hechicería y magia…
Todo tan diferente en el Inter-París. En el minuto dos, aquella acción en la que a la desesperada el Miami conjuró el peligro, ya decía lo que iba a pasar. El equipo parisino hizo su tarea y luego, en el segundo tiempo, dejó jugar al adversario porque de ahí en adelante todo sería dejar correr el reloj. Segovia se vio poco, no refulgió como otras veces, y reunió el naufragio de los dos jugadores venezolanos que dejaron a la afición nacional con el amargo sabor de boca. Bueno, ¿y Lionel Messi? Salvo algunos destellos, poco para comentar. Cumplió con tres jugadas propias de él, pero fueron mucho más aquellas en las que erró o fue superado en la marca por un equipo que, en las pelotas divididas siempre dejó claro quién era en el que mandaba…
Para completar el efecto de devastación europea, el Bayer Munich, no con poco trabajo, despachó al Flamengo en un lanza por ratos cerrados, en el que se impuso la fortaleza alemana. Pero bueno, no todo podía ser derrota. El Fluminense, en un capítulo en el que la inteligencia desbordó a la fuerza, cumplió su papel con un partido para no olvidar. Ahí estuvo Yeferson Soteldo, que aunque no jugó, sí estuvo listo en la banca para ser parte de la pequeña historia en la que un suramericano borró del torneo al aristócrata Inter de Milán. Jhon Arias fue un tormento para el equipo italiano, porque el colombiano, como todo el grupo brasileño, derramó en la cancha de Charlotte su fútbol tranquilo, cambiando los ritmos y apagando el fuego cada vez que el adversario pretendía ponerle cadenas de esclavitud. Nos vemos por ahí.