“El día que me paré por primera vez en el Yankee Stadium de Nueva York me dije: aquí estás carajito venezolano, que empezaste a jugar con los pies descalzos, metido en un saco de harina, ahora estás parado en el césped del Yankee Stadium, con un uniforme de Grandes Ligas, en la casa de Babe Ruth, Joe DiMaggio y Mickey Mantle… la casa de los grandes”, esa es una cita del libro “Alfonso “Chico” Carrasquel con la V en el pecho” de la periodista Milagros Socorro, uno de mis libros favoritos. Con ella abrimos esta página en honor al “Fantasma de la calle 35”, el cuarto venezolano en debutar en Grandes Ligas y el primero en completar una década de servicio.
El “Chico” debutó en el Big Show, con 24 años de edad, el 18 de abril de 1950, defendiendo el uniforme de los Medias Blancas de Chicago. El cronista Carlos Figueroa Ruiz recordó hace algunos años, en este mismo diario, que alineó como torpedero y séptimo en el orden contra los Carmelitas de San Luis. Registró entonces cinco asistencias, facturó un dobleplay y al bate consiguió una línea al jardín derecho en tres visitas al plato. Al finalizar ese año tenía 148 inatrapables, incluidos 30 extrabases, 46 remolques, 72 carreras anotadas y un buen promedio de .282.
Fue una estrella desde el primer momento en que pisó las Grandes Ligas. Tan es así que quedó tercero en la votación al Novato del Año. En 1951 impuso una marca en la Liga Americana con 297 lances consecutivos sin cometer errores, superando los 288 que consiguió Phil Rizzuto la zafra anterior. Veinte años tardaron en desplazar ese registro. Ese mismo año, 1951, se convirtió en el primer latinoamericano convocado en calidad de titular al Juego de Estrellas, honor que repitió en las ediciones de 1953, 1954 y 1955, su última campaña en el club de Chicago, donde fue toda una leyenda. Su excelsa defensa hizo que la prensa lo bautizara como “El fantasma de la calle 35”, porque ahí quedaba el Comiskey Park, hogar de los Medias Blancas.
“Las principales lecciones para hacerme un buen shortstop, para afinar mi colocación, las adquirí en las prácticas del contrario”, confesó en su biografía. Porque él sí que era competitivo, un enamorado del beisbol, perfeccionista y analítico. En 1956 comenzó a jugar en Cleveland porque a Chicago había llegado un tal Luis Aparicio, y ahí se mantuvo hasta mediados de 1958. Después jugó con los Atléticos de Kansas City y los Orioles de Baltimore.
En total en el mejor beisbol del mundo disputó 1325 juegos, 1241 en el campocorto, 49 en la antesala, 22 en la segunda base y uno en la inicial. Fue el primero en superar la barrera de los 1000 hits, terminando su carrera con 1199, incluidos 252 extrabases, empujó 474 carreras y anotó 568. Mientras él brillaba al máximo nivel y era nuestra primera gran estrella, debutaron también Pompeyo Davalillo (1953), Ramón Monzant (1954) y Aparicio (1956), de quién -claro- hablaremos en una próxima entrega.