Ser igual o parecido, competir con la misma propiedad aunque sea con argumentos diferentes, es virtud del deporte. Porque el deporte es para eso: luchar con afán, aunque siempre levantando la dignidad que debe tener todo acto del ser humano. Los deportes profesionales, con sus armas, con sus particulares leyes y artimañas, trata de emparejar las cosas. Las grandes ligas han tratado de hacerlo, por igual el baloncesto de la NBA, aunque no siempre han sido soluciones felices; casi siempre ruedas sueltas de la maquinaria han evitado el logro completo.
En el fútbol, que es tan particular, estas desigualdades también se sienten, y de qué manera. Por su sentido universal, por su totalidad, es escandaloso ver con mucha pena al Bayern Munich empujar sin piedad diez veces la pelota al arco del Auckland City de Nueva Zelanda en el Mundial de Clubes. Ese partido nos hizo recordar el salvaje 10 a 1 de Hungría sobre El Salvador en el Mundial de España 82, y también, para dar pie y revisar el concepto de competencia que debería tener un campeonato de primerísimo nivel como el citado…
¿Los mundiales deberían ser para todos en un ejemplo de democracia futbolística, o quizá solo para los mejores? Es un cruce de caminos que se le ha presentado a la Fifa y los organizadores pero que evidentemente ya tomó su dirección. La dirección que le marca el fútbol como negocio próspero, irrenunciable, capaz de convertirse en una empresa de las más rentables del planeta entero. Por eso el Auckland, pero eso El Salvador, y por eso todos los que seguramente vendrán. Se entiende que se trata de hacer universal, aún más, el fútbol, y que aquella regiones con menos posibilidades económicas se incorporen y levanten sus nivel y sus posibilidades; sin embargo, siguen los baches. Hubiera sido de lujo que un equipo venezolano hubiese llegado al Mundial de Clubes, porque sería una estupenda oportunidad para cotejar, de verdad, el exacto nivel del fútbol en el país…
Y será, igualmente, magnífico seguir, de darse, el partido que enfrente al Real Madrid y el Barcelona. Porque más que estar pendiente del cruce del antagonismo ancestral entre madridistas y catalanes, mucho le gustaría a la gente ver qué pasa cuando Kylian Mbappé y Lamine Yamal se miren a las caras, se escudriñen. ¿Qué pensará uno del otro, qué podrían decirse? Sería el encuentro entre dos gigantes del fútbol actual, entre dos escuelas diferentes pero que en el fondo buscan lo mismo: el cetro que acredite a uno de ellos como del mejor del mundo.
Nos vemos por ahí.
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