Toda la presión con la que ingresó Venezuela al decisivo partido ante Bolivia, en el que estaba en juego el séptimo lugar de la repesca y la posible clasificación por primera vez en la historia a una Copa Mundial de fútbol de mayores para la Vinotinto, consiguió alivio de la forma más inesperada posible. En un partido de nervios a flor de piel, Bolivia fue la que sucumbió demasiado pronto a los tormentos de los temblores de piernas y las equivocaciones.
En cinco minutos, se abrieron de par en par las puertas del cielo sin que Venezuela hiciera mayor esfuerzo para derrumbar la defensa altiplánica. Bastó que el Brujo Martínez apretara la salida del defensa Héctor Cuellar para que cediera apurado el pase atrás al portero Guillermo Viscarra, quien incurrió en uno de los más garrafales errores de su carrera: la pelota se le escurrió entre las piernas y allí estaba la Vinotinto dando otro paso firme hacia el sueño mundialista envuelto en papel de regalo verde.
Pero ganar así no tenía mayor gracia para la selección. Había que demostrar que Venezuela era más que su rival de turno y lo hizo a partir de la omnipresencia del Brujo que corrió por todo el país para ocupar espacios, cerrar líneas de pases y recuperar balones; y de la fuerza en el área de Salomón Rondón, que en la primera oportunidad que tuvo, en un centro templado por Nahuel Ferraresi, la bajó de pecho y la acomodó de zurda para meter un riflazo imparable al bajante derecho de Viscarra.
Con todo resuelto en el primer tiempo, los 45 minutos del completo fueron un paseo para Venezuela que retrocedió las líneas, se dedicó a cuidar la ventaja sin sufrir mayores peligros y buscó ampliar la ventaja mediante un contragolpe del recuperado Yeferson Soteldo que nunca llegó. Lo único que importaba realmente eran cosechar los tres puntos que dejan a Venezuela con medio repechaje en el bolsillo. La diferencia de cuatro unidades sobre los altiplánicos afianzan a Venezuela en el séptimo lugar, a tiro de alcanzar a Colombia en el sexto puesto y de obtener el boleto directo a 2026.
No hay que sonar la campanas al vuelo todavía. La ruta al Mundial es brava con Uruguay, Argentina y Colombia en el camino, y Bolivia con dos juegos en El Alto. Pero en Maturín se dio otro paso gigante para alcanzar el sueño.
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Pedri y Vitinha comparten la magia
Todos los focos del planeta fútbol se enfocan en los jugadores que sentencias los partidos con la categoría de sus goles. Es natural que así ocurra, porque son los Dembelé, Mbappé, Lewandowski, Lamine Yamal, Rafinha o Vinícius los que marcan la diferencia en el área grande al momento de mandar el balón al fondo de las redes.
Pero la grandeza del juego también reluce en la mitad del terreno, donde mediocentros que poseen una especial sensibilidad para transportar el balón, marcan el ritmo al que se juega el partido, bien sea temporizando, bien metiendo un pase largo, entre líneas o bien inventando una pared para derribar un muro defensivo. Dos de los mejores fantasistas del fútbol europeo exhibirán su arte para colocar pase milimétricos al espacio en a gran final de la Liga de Naciones que disputan las selecciones de España y Portugal.
Por el lado de la Roja, la magia ancestral de Pedri, heredero se los Pep Guardiola, Iniesta y Busquet como cerebro en la mitad del terreno para recuperar balones sin mayor esfuerzo, repartir balones como un crupier y liquidar si le dan espacio para rematar. Y del lado de la Seleção das Quinas, el gran Vitinha, otro maestro absoluto para esconder la pelota, distribuirla a su antojo, tocando con maestría cada vez que pasa por sus botines de seda. Disfrutemos con una copa del en la mano a estos artistas de la vieja escuela de compartir la redonda.
Brasil perdió su norte con un fútbol triste que desdice de su glorioso pasado
Pobre Carletto Ancelotti, pasó del mejor club de la historia del fútbol a dirigir una selección desangelada, que arrastra los pies en la cancha, le pesa el balón como plomo, sin un jugador con don de mando, que organice el ataque y devuelva a Brasil su “jogo bonito” de toques, combinaciones a ras de piso, desbordes por las bandas y goles de fantasía.
Lo que le ha pasado a la selección verdeamarilla en los últimos años es un enigma del fútbol. Un país que vive y muere por el fútbol, cuyo producto interno bruto se nutre de las exportaciones de miles de jugadores a todas partes del mundo, no ha logrado conjugar sus talentos para armar otra selección temible que dinamite las piernas de sus rivales con solo mencionar los nombres de quienes integran la plantilla.
Después del quinto título ganado en el Mundial de Corea y Japón 2002 con una generación deslumbrante que encabezaban Kaká, Ronaldo, Rivaldo, Ronaldinho, Cafú y Roberto Carlos, Brasil cayó en un bache de juego y resultados. Ya ningún rival se atemoriza cuando le toca enfrentar a esta selección, que tiene entre sus delanteros a Richarlison, un 9 tristón al que le agobia la responsabilidad de definir los partidos y necesita un sicoanalista para resolver sus conflictos con el balón. ¿A dónde se fueron los laterales con profundidad como Nilton Santos, Djalma, Junior, Nelinho, Carlos Alberto. Branco, Cafú y Roberto Carlos que marcaron época en el fútbol mundial? Con Vinícius como solitario emblema de la actual verdeamarilla, esta Brasil anda a los trompicones, sin un rumbo ni estilo definido, como en el partido ante Ecuador que mereció llevarse la victoria en casa. Sacar a Brasil de este juego depresivo es la misión terapéutica que decidió aceptar el DT italiano.