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La chisteadera de los sábados

Una maestra de preescolar lleva a sus alumnos al zoológico y, desde luego, los va guiando.
“Miren, ésta es una avestruz, aquellas son guacamayas, la del lado derecho es una cigüeña”.
Entonces uno de los niños se adelanta y le habla a la cigüeña: “Óyeme, ¿te acuerdas de mí?”.

“Señora: al verla sonreír, he dispuesto invitarla a mi casa”. “¡Que atrevido!. “Atrevido no, dentista”.

Primer acto: Aparece en el escenario una mosca con bata. Segundo acto: Llega otra mosca con bata.
Tercer acto: Una tercera mosca, también con bata en la escena ¿Cómo se llama la obra? “Combata las moscas”.

El señor juez, le pregunta al acusado: “Jovencito, ¿dónde trabaja?”. “Aquí y allá”. “¿De qué vive?”.
“De ésto o aquello”. “¡Llévenselo a la cárcel!”, ordenó el señor juez. Por lo que preguntó el acusado: “¿Y cuándo me van a soltar?”. “Tarde o temprano”.

Eva no quería comerse la manzana. “Cómetela, es dulcita, muy sabrosa”, le dijo la serpiente.
“¡No!”, respondió Eva. “Serás como los Ángeles y te convertirás en inmortal”. “Ya dije que no”. La culebra, desesperada, le dijo entonces: “Mira no te va a engordar”. Y el resto de la historia ya tú lo sabes.

Un pequeño niño, viajaba con su madre en un avión. El pasajero de al lado, quiso entretener a la críatura y le preguntó: “¿Cuántos años tienes”. “Dos, señor”. “No parece, te ves muy grande. ¿Sabes lo que les ocurre a los niños mentirosos?”. “Sí, señor, viajamos gratis en los aviones”.

Un borrachito, agarrado de un poste, grita de pronto:
“¡Le doy mil dólares al que me lleve a mi casa!”.
Rápidamente un taxista detiene su vehículo y le dice:
“Yo lo llevo, jefe. Dígame dónde vive”. “¡Uy, amigo, si me acordara dónde está mi casa, no le pagaría mil dólares”.

Jaimito le peguntó a su mamá:
“¿Cómo es el Cielo?”. “Un lugar maravilloso, donde está Papa Dios y a donde van todas las personas buenas”. “Y el Infierno, ¿cómo es?”. “Eso es muy triste. Allá está el Diablo y él se lleva a todos los que se portan mal”. “Y entonces, los normales como yo, ¿a dónde vamos?”.

Todas las noches, alguno de mis tres hijos me preguntaba: “Mamá, ¿qué vamos a comer?”. Cansada de responder cada noche, se me ocurrió responderles siempre: “comida”. Llevábamos cinco días muy bien, hasta la hija mayor me replicó: “¡Oooh, no! ¿otra vez comida?”.

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