El fútbol, como la vida, renace a cada instante. Ya sin la influencia indudable de Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, los campos del mundo clamaban porque apareciera un salvador. Le urgía, para su redención, el regreso a los días de la idolatría necesaria de la humanidad. Perdió Novak Djokovic en el Abierto de Australia, apareció Jannik Simmer.
Se lesionó Ronald Acuña, surgió como de la nada Anthony Santander. Entonces, el fútbol, que no aguanta dos pedidas, como se dice en Venezuela, vio florecer a dos jóvenes, uno brasileño, el otro francés, para asumir el desafío que la historia les ponía enfrente.
Pero ¿están Vinicius y Kylian Mbappé listos para emprender la magna tarea? Miren por quién vienen, fíjense con cuidado los tronos que van a ocupan, Válganos, menuda empresa para dos jugadores de 24 y 26 años de edad considerados, mayoritariamente, los más caros diamantes que el fútbol de hoy ofrece. Son seguidos por los ojos del planeta, no hay país en donde no se hable de ellos. Sí, se busca a los ídolos de esta era en desarrollo.
Vinicius es el más legítimo exponente del fútbol brasilero, de esa manera de jugar que parecía, como los tigres de Bengala, en procesos de extinción. Neymar parecía ser el más recientes exponente de aquella escuela, hasta que apareció el hábil moreno del Flamengo. Hace del balón una pieza de su cuerpo, improvisa, llega como levitando, hace aquello que nadie espera y maneja altos valores de la estética futbolística.
Mbappé está en la antípoda. Es duro, potente, arrasador, y no por eso peleado con una cierta finura; cuando enciende los faros y se aproxima al área, alerta, los zagueros parecen temblar. Vinicius es la vuelta del mejor Neymar; Kylian el retorno goleador de Olivier Giroud.
Los dos están rodeados de la bruma triunfal, de aquella espuma invisible que solo tienen algunos, y aunque pareciera irreal, elegir a uno de ellos es la relación que tiene cada quién con la manera de ver la vida. Hay aquellos que ven en el fútbol una ensoñación, una fantasía; y hay también los que lo ven de una manera más pragmática, la necesidad de vencer por encima de toda consideración de belleza. Cada uno con su universo particular; cada quién con su concepción del juego: ¿cuál es su preferido?
Pero como ellos no son los únicos, a un lado oscilan otros jugadores de alta valía. Rodri (Rodrigo Hernández), quien al fin recibió reconocimiento al ganar el Balón de Oro 2024, es uno de ellos; Rodrygo, “partner” de Vinicius en el ataque del Real Madrid, también tiene su peso; Lautaro Martínez revienta redes en el Inter de Italia y es futbolista de pedigrí. En el Mundial de 2026 volveremos a verlos; mirarlos competir y dejarnos llevar por sus graciosas jugadas de orfebre y color, será una divinidad. Entonces podremos decir, si el fútbol lo permite, que es verdad que uno levita y que el otro arrasa.