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Retorno a la patria, todos vuelven

La presencia en Venezuela de Nicolás Fedor es un espejo del fútbol venezolano.

Luego de una vida en Europa, de andar por aquel continente anotando goles, “Miku”, como es llamado en casa como diminutivo en húngaro (tierra de su padre), ha sido el último de una saga de hombres que por vueltas del destino fueron a jugar fútbol y a jugarse la vida antes de retornar a sus puntos de partida. Algunos como él echaron raíces de nuevo en Venezuela; otros, en procura de metas lejanas y dejándose llevar por los vientos de la nostalgia, regresaron a sus nuevas vidas. Hubo victorias y odas, derrotas y heridas de guerra, pero siempre en búsqueda de alcanzar la línea del horizonte, la base del arco iris donde está el tesoro escondido de la luz definitiva.

En los días de Richard Páez, y especialmente en los de César Farías, se rastreó en el mapamundi a los venezolanos posibles. Y hubo hallazgos, tal vez más de los que se creía, porque la diáspora arrojó valores impensados. Por esos caminos llegó el zaguero central Fernando Amorebieta, autor del inolvidable gol con el que la Vinotinto venció en Puerto La Cruz a la argentina orgullosa de Lionel Messi. También Julio Álvarez, un fino atacante de fugaz actuación; el arquero Dani Hernández, pilar fundamental en la defensa de la última línea; Andrés Túñez, defensa difícil de tragar para los atacantes adversarios. Todos ellos de padres españoles que por alguna razón de trabajo vivieron aquí y sus hijos aparecieron por el mundo en esta geografía. Además, se asomaron por Maiquetía los hermanos Rolf y Frank Feltscher, nacidos en Suiza pero de madre venezolana, y Danny Alves, de familia portuguesa.

Dicen que “caras vemos, corazones no sabemos”, y esta máxima se puede aplicar a todos estos jugadores. No hay manera de saberlo, pero ¿cuáles de ellos sintieron verdaderamente a Venezuela como su patria, como aquel lugar del mundo que les dio la vida y en el que algún eligirían para continuar su existencia?

Hay posturas y opiniones. En los tiempos de Amorebieta se hablaba del dinero que la Federación Venezolana, por entonces dirigida por Rafael Esquivel, pagaba para que el hombre jugara con la camiseta Vinotinto. Eso quedó como el santo y seña del escabroso tema. Hay quien cree que para qué hablar de eso, que lo que importaba era ganar los partidos con “venezolanos puros” o con “venezolanos a media asta”. Todo esto también valdría para Garbiñe Muguruza, la tenista nacida en Guarenas (o Guatire) pero que siempre defendió a España en los torneos internacionales.

Que se sepa, ninguno de ellos ha soltado el ancla en esta nación. Han partido hacia los lugares donde han seguido la huella de sus progenitores, y no sabemos si algunos de ellos tendrá, en el bagaje de sus memorias, un país llamado Venezuela. Rubén Blades lo dice en aquella canción: “Todos vuelven”. Sí, todos vuelven, pero… ¿a dónde?

Perú en Venezuela, Venezuela en Perú

La vida de los niños cambia según los avatares de la vida de sus padres. Así pasó, en medio del paso del tiempo, con Carlos Ávila y Jesús Luzardo. Ávila, nacido en Caracas, conoció Lima a sus diez años de edad y nunca volvió a la capital venezolana. El fútbol lo considera peruano, y él así lo siente. Luzardo nació en Perú pero desde sus años de inocencia infantil creció en esta ciudad, y aunque los registros del beisbol lo califican como de dos nacionalidades, él mismo dice, y proclama con orgullo, ser venezolano, y se irrita cuando en las grandes ligas lo identifican como jugador oriundo de otro país. Son dos casos que en su momento parecieron extraños, extravagantes, pero que hoy, con las migraciones de un lado para otro, con el va y viene de gentes de diversos continentes y que ya no se sabe de dónde son, se van haciendo frecuentes.

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