Dicen que la justicia demora, pero que algún día llega. Que Dios y la vida se encargan de poner las cosas donde encajan, donde son naturales de toda naturaleza. Los ídolos deportivos son a veces soslayados por la sociedad, aquel grupo que no termina de verlos como parte de la simbología de una nación. Y en esa especie de indiferencia han estado los futbolistas, que solo de un tiempo a esta parte y en virtud de la Vinotinto, comienzan a ser vistos y reconocidos a su paso por las calles de Venezuela.
Hasta ahora los peloteros se lo han llevado casi todo, y solo alguna victoria del baloncesto, un golpe de nocaut de un boxeador o un salto de vuelo alto de Yulimar Rojas, han invadido la exclusividad del beisbol. La pelota tiene el “Salón de la Fama”, mientras el fútbol el “salón del olvido”. Pero algo pasa, alguien despierta…
“Mira, ahí va Salomón; mira, ahí va Soteldo; mira, ahí va Savarino!”. Y de pronto, con reverencia mayor, pasa el futbolista venezolano más trascendente que haya dado el país. Y entonces, en muchedumbre, la gente se agolpa para gritar, con fervor nacionalista y orgullo de tierra, “¡mira, ahí va Juan Arango!”. Ahí va Juan Arango, sí. Y con él, guardado en la memoria de aquellos que supieron de su pierna zurda, de sus goles imposibles, de su liderazgo indiscutible, va la gloria mayor, y también, el dolor inmenso de no haber podido ser mundialista. En fin, todos los seres humanos arrastran una frustración: la de Arango es esa, no haber vivido aquel capítulo sagrado en el que pudo ser apreciado en toda su dimensión…
Entonces, se dibuja la idea: la creación de un reconocimiento al jugador de cada año, de cada temporada. ¿Quién será? Pues si la pelota tiene el “Luis Aparicio”, el fútbol tendrá su “Juan Arango”. Mikel Pérez, a quien a cada rato le brotan las ideas, anda en eso. En la conexión del fútbol con la gente, que es a veces olvidadiza y solo admira a la selección nacional. A Juan Arango no se le puede dejar “parado a la vera de un camino”, como en el canto de Roberto Carlos.
No sabemos, nadie lo sabrá nunca, si él o cualquier otro ha sido el más grande dado por Venezuela, porque son juicios que tienen que ver no solo con las actuaciones partido a partido, sino también con la generación de cada quién, con los valores individuales de cada mujer u hombre. Donde sí no hay dudas es en el merecimiento; nadie como él para nombrar un premio de alto valor, un decirle a un jugador “qué grande fuiste”, aquella elevación al lugar de los másos. Nos vemos por ahí.