Las primeras nevadas del otoño blanquean las calles de la ciudad y anuncian la cercana llegada del crudo invierno. Una vez leímos visiones de Pablo Neruda, en las que decía que “nada es más triste que un tren parado bajo la lluvia”. Y ahora, con Freiburg vestida con ropa nueva, recordamos al poeta chileno y pensamos que al verla así, se debe percibir la misma melancolía que sintió entonces el bardo del sur. Casi sin querer hemos recordado a Chile, la selección que sacando la cabeza para no ahogarse en las olas bravías del océano de la eliminación, tuvo arrestos y valentía para domar la intrepidez del indómito potro venezolano y endosarle una derrota que ha puesto a pensar muchas cosas a mucha gente…
Siempre hemos creído que culpar a los jugadores de una derrota es, cuando menos, un facilismo. Los futbolistas van a dar lo que tienen, lo que saben, y a veces no alcanza. El fútbol es un cuerpo extraño, una sombra enigmática, y no hay quien pueda hacer suyo, absolutamente suyo un partido; siempre es una combinación de hombres, de factores, de errores contrarios, tantas cosas. En los días que han pasado desde aquella debacle hemos oído argumentos y análisis terminados en críticas, aunque ahora no ha sido por el gol que falló Jefferson Savarino o la falta de anticipo de los zagueros centrales en las jugadas que culminaron en goles australes.
No. Ahora los cañones de guerra se enfilan, llameantes, sobre Fernando Batista. Aquellos que lo adoraron luego de la “campaña admirable” de los primeros partido en Maturín, son ahora los más ardientes cuestionadores del director técnico. Que si no hizo esto, que dejó de alinear a jugadores importantes, que si no supo leer las circunstancias del partido…
Quien ahora escribe tiene la certeza de que en todo este universo no hay que poner a nadie en el paredón de los acusados sin fórmula de salvación. No sabemos si Batista lo ha estudiado, pero la verdadera causa de fallar y volver a fallar en medio de algunas situaciones tiene que estar en las raíces, en los puntos de partida.
Pensemos: ¿tendrá el país una camada de jugadores que puedan sustituir a los que ahora meten el pecho? ¿Qué pasará cuando estos ya no estén? Que Batista se vaya claman algunas voces, y nos parece tamaña tontería. Sea él, sea el que venga por ahí, la historia se repetirá una y otra vez porque el asunto está más allá de si alinea a este o al otro, o si juego con otra disposición táctica. Y a lo mejor, porque el fútbol tiene esas cosas, la Vinotinto se mete en el Mundial de 2026 y ya no habrá quien vocifere para mal. Todos dirán, “cóño, que grande es ese Batista”.
Nos vemos por ahí.