Sin mucho ruido, sin aspavientos por pretender ser una de las más grandes ciudades del país, Maturín se apropió del sentimiento Vinotinto. Laboriosa, guardando en sus entrañas de capital del estado incontables reservas de petróleo, impensadamente ha sido en su cauce donde han ido a desembocar las vertientes del caudaloso río de la venezolanidad.
“Maturín, Maturín. Maturín”. Mas, no todo ha sido tener allá a la selección nacional, la plaza exclusiva de los valores del fútbol venezolano, el orgullo de ser monaguense. Han existido, y aún persisten mientras se consuma el Premundial, calladas voces que piden apertura, que requieren en nombre de sus nombres ser tomadas en cuenta, porque al final de todo la Vinotinto no es solo de aquel lugar del oriente venezolano…
Lo ecos de aquella manera de pedir, que no es de suplicar, llegan desde San Cristóbal, desde Mérida, desde Barinas, desde Caracas. Con el orgullo y la pretensión usados como escudo y armadura, Maturín ha defendido su escogencia de ser anfitriona por la marcha triunfal de la Vinotinto en las primeras jornadas. Cayeron Paraguay y Chile, empataron Ecuador, Uruguay y Argentina. ¿Quién podía con la selección, quién iba a tener la temeridad de disputarle a Maturín ser campo propio con aquellos resultados que hipnotizaban a todo el país? Viva Monagas, Viva Maturín. ¿Los demás? Bueno, los demás que esperen…
Pero Brasil puede mañana marcar la frontera. Los límites de la ciudad a la que Venezuela ha entregado por los caminos del fútbol su sentido de la nacionalidad. Vencer a los tantas veces campeones del mundo sería un irrebatible argumento para Maturín, prédica de que no habrá en el territorio nacional nada mejor para impulsar la clasificación al Mundial de 2026. Por eso es que el partido tiene esa importancia subyacente, de doble fondo.
A la gente de aquella ciudad las memorias de las gestas anteriores amenazan con disipárseles, y por esa razón ansías otro triunfo para renovar los sueños del equipo y su exclusividad como “dueña Vinotinto”. Y mientras todo esto pasa, mientras miramos hacia otros lados del país y pensamos que todos tienen el mismo derecho, Brasil ha llegado con todo su arsenal. Ya no está con pequeñeces, porque anda en procura de establecer comunicación directa con Argentina, Colombia y Uruguay, puntos de vanguardia del Premundial, y olvidar, como si fuera una de las anónimas olas de Copacabana, la remota posibilidad, anidada por algunos, de no ir por primera vez al Mundial. En Maturín ¿se renace o se desvanece?
Nos vemos por ahí.
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