José Hernández forzando el partido en la media cancha, Tiganá explotando en el furioso ataque, Galavís (el doctor, médico ya graduado) duro en la defensa, Toni Carrasco cuidando con celo el arco, Jaír dirigiendo desde la raya blanca. Ese era el equipo ucevista que conocimos, y al que ligábamos buenas actuaciones en aquellos partidos ante cuadros de más presupuesto: Marítimo, Deportivo Italia, Táchira. Y era, a decir verdad, la segunda etapa de aquella representación universitaria, así pocos de ellos cursaran estudios en la institución. La original UCV integrada por estudiantes había nacido en los años cincuenta, entonces amateur, en un fútbol sin pretensiones internacionales. Llegó la segunda época, y con “el brillo del dinero”, como le oímos cantar alguna vez a un poeta, los contratos y las figuraciones…
Y a esa etapa pertenecían los futbolistas nombrados, miembros de un equipo respetable y de una universidad enraizada en el alma venezolana. Esta nueva versión, nacida en 2021 y dirigida por Daniel Sasso, es absolutamente profesional, con una organización seria, y que acaba de alcanzar el derecho de ser parte, por primera vez, de la Copa Libertadores. Este grupo, tan entusiasta, tan generosamente entregado en cada partido, tendrá sobre sí el peso de los desastres vividos por los cuadros del país en las recientes Libertadores. Goleadas implacables y resultados vergonzosos han hecho dudar del progreso del fútbol nacional, vivido, con justificada razón, por la Vinotinto.
Así pues, la UCV irá a desandar los pasos de todo esto, y regresar a aquellos equipos de pasado digno y cabeza alta…
Regresamos de Suiza y andamos de nuevo pisando Alemania. En el centro de Freiburg es corriente mirar estudiantes universitarios y de instituto técnicos andando en bicicletas. Porque la bici es el transporte preferido por la gente en una ciudad donde la mayoría se desplaza en dos ruedas y en los tranvías que cruzan la ciudad por sus cuatro puntos cardinales. Los rieles son las venas de su barriga, y los comercios se llenan de compradores de ropa barata que es desplazada en los estantes por la del cercano invierno.
En Freiburg, como en casi todas las ciudades alemanas, los meseros son de una diáspora de nacionalidades: mexicanos, ecuatorianos, brasileños, venezolanos, sirven en las terrazas que abundan en sus repletas calles. Damos una vuelta arropados con dos chaquetas porque el termómetro acaba de marcar ocho grados, y llegamos al enorme mercado. En un quiosco sirven un café aromático y de exquisito sabor: “Chamo, no doy con tu acento: ¿de dónde eres?”, pregunta haciendo una broma el empleado costarricense. “De Venezuela, chamo”.
Nos vemos por ahí.
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