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Caribe vs. Guaraní, batalla en el Chaco

Aunque se suele nominar “caribeño” como gentilicio a todo lo que tenga que ver con el mar frente a Venezuela, lo más correcto sería “caribe”; ¿no eran caribes los pobladores originales de estas tierras? Gabriel García Márquez disertó sobre el asunto y sostuvo, como acabamos de escribir, que lo mejor era llamar a todo lo caribe, pues “caribe”.

Y muchachos de esa raza enfrentarán en dos días a la guaraní, otra especie bravía que no entrega nada sin antes recibir una compensación. En su más reciente partido, Paraguay venció a Brasil y se metió en la carrera por la clasificación. Típico de ese fútbol de Asunción: los dan por liquidados, los olvidan, y llegan ellos y se meten en la lucha por la clasificación. No se dejan ver, son silenciosos, casi espectrales, y con ellos hay que tener cuidado: salen de la nada en los saques de esquina, y defienden las inmediaciones de su territorio con una fiereza asustadora.

Es Paraguay uno de los pocos países en los que el idioma originario, el de los primitivos pobladores, es la lengua oficial: el guaraní. Sus jugadores desesperan a los adversarios porque en la cancha solo hablan de esa manera tan indescifrable para no dar pistas de lo que harán. En los años recientes, sin embargo, el guaraní se ha ido desvirtuando en las ciudades, porque mixturado con el español, se ha ido formando el yopará (o jopará).

En guaraní o en yopará, será un partido duro para la Vinotinto. Porque no solo serán las condiciones ambientales, jugar ante una afición entregada a su selección asociada al calor sofocante de Asunción, sino porque se da en días en los que mientras Paraguay vive en alza y mira en iguales condiciones a los de arriba, Venezuela se ha dejado invadir por las dudas. Aquella seguridad de los primeros partidos, aquel optimismo desbordado e inconveniente, festivo y fugaz, ha sido suplantado por la maldita incertidumbre.

Se ha disipado aquel aire fresco de las victorias ante el propio Paraguay y Chile, y los empates en Río de Janeiro ante Brasil y Lima contra Perú, cambiado por un rostro muy serio.

Pero habría que ver el “background” del partido de pasado mañana miércoles. Venezuela fue capaz de vencer 2 a 0 a los paraguayos en el 2012, en el mismo estadio Defensores del Chaco donde chocaran ahora, con dos goles de Salomón Rondón (cuándo no…). Mirarse de reojo en los espejos siempre da un respiro, un “sí se puede ganar”, y ese ha de ser el espíritu nacional en el lance en la capital del Paraguay.

Hay expectativas por conocer hasta dónde puede llegar la Vinotinto después del lance ante Argentina, ahora que el seleccionado albirrojo cuenta con nuevo director técnico, Gustavo Alfaro, hombre educado y sabio en cosas de fútbol. Hará falta conocer la actitud de los jugadores venezolanos, su temple, su carácter, en un partido en el que, por decir algo, se juegan la vida, si es el Mundial la vida misma.

Con el alma en vilo

Los empates, como empates que son, suelen dejar las cosas en el mismo lugar. Y ese fue el caso de la Vinotinto en Maturín.

Estaba a poca distancia del abismo, y luego de la igualada ante Argentina sigue en idéntico lugar: a dos pasos de dejar esfumar su sueño mundialista. Pero dejando a un costado las posibilidades numéricas, habrá que reconocer su valentía ante tamaño adversario, aquel no dejar que los recientes resultados minaran su ánimo.

Buscó el partido, y supo llevar el anormal estado de la cancha ante un rival que solo a ráfagas enseñó su categoría. ¿Y Lionel Messi?

Parece que el oriente venezolano no le cae bien; hace trece años fracasó ante Venezuela, y esta vez de nuevo naufragó, literalmente por la cancha anegada, y futbolísticamente por su irregular juego.

La Vinotinto sigue, y queda, como en el título, con el alma en vilo.

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