En el Pueblo Nuevo no hervía la grada como en otras jornadas ni el público era tan numeroso como en el pasado, pero aun así, San Cristóbal asusta. Avanza Caracas, hay una escaramuza de la recia y confusa batalla en el área del Táchira, y una pelota, no se supo claramente quién la había pateado, entra en el arco gocho. Marcar así, en aquellos instantes de angustia en los minutos agregados, revienta distintos sentimientos. No habrá chance para nada más, todo se ha consumado.
Nadie puede alterar la verdad de los hechos, ganó el visitante que ya está en la anarquía de la celebración, y todos los andinos, con la amargura entre dientes, regresarán a casa a para sufrir en los agrios pensamientos la jugada fatídica de la dura derrota. “Coño, se nos salvaron esos caraqueños. No pudimos ganarle; ¿hasta cuándo seguirá esta maldición?”, se oirá en las vías que se bifurcan y revientan mansas en el remozado estadio construido en los altos de la ciudad…
Pero caramba, un momento: no fue gol. Una bandera que se levanta imponente frente a la tribuna flamea en manos de la jueza de línea. “Posición adelantada”. La amargura se ha mudado de lugar y de gentes. Los jugadores del Caracas bajan aquellos brazos del jolgorio, no han ganado en el encontronazo. “Qué arrechera”, dicen. “vamos al VAR, ahí puede estar la esperanza”. Las cámaras de televisión a veces engañan. A primer golpe de vista, gol valedero.
La jueza de un costado de la cancha, con su banderín hasta el cielo, ha dicho que no. El árbitro llama a ese juez contemporáneo llamado VAR y este, sin contemplaciones, anula el gol. Empate a uno y todos contentos, todos a medio andar entre la alegría y la frustración. No hubo acuerdo, el señor de arriba pegado a la computadora juega a ser infalible. ¿Hubo gol o no?…
Tal vez nunca se sepa. Algunos tienen al VAR como el gran conocedor de la verdad, como el ser supremo de la existencia; otros, caramba, escépticos, no tanto. Cuando la máquina habla todos callan. Jugadores, árbitros y directores técnicos consumen sus ganas. El VAR, además de decidir, también es bueno para sembrar dudas. Los equipos tecnológicos que se aplican en el fútbol venezolano aún tienen limitaciones, no funcionan como para que sean los dueños del conocimiento, de manera definitiva, de las cosas que pasan en una cancha de fútbol.
Bueno, quizá ni aquí ni en ningún lado; en España, por citar una liga de mucho peso, los líos que se arman por estas decisiones son colosales. Todo lo hecho y construido por el hombre es imperfecto, como imperfecto es él mismo. La máquina, por muy máquina que sea, no rige la vida humana.
Nos vemos por ahí.
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