A veces, el miedo a perder toma cuenta de los equipos y convierte el juego en un tablero de ajedrez. ¿Ajedrez? Si, bueno, en sentido figurado. Mueve las piezas según el estudio hecho en la pizarra antes de los partidos, y ¡ay! del que se salga del libreto. Así lo vimos en la final de la Copa Libertadores el pasado sábado, cuando el Palmeiras, evidente superior el calidad y con un despliegue superior, nunca pudo salir de su ”cueva” ante el Flamengo.
Este equipo, conociendo su inferioridad futbolística, encerró con inteligencia a los paulistas para romperle toda posibilidad de comunicación, borrarle los circuitos previstos y ganarle claramente la partida. ¿Qué le pasó a los verdes? Atenazados, apegados a esquemas estudiados en el camerino, no tuvieron capacidad, o atrevimiento, más bien, para salirse de los guiones y sucumbir ante un adversario más atrevido, más temerario, que nunca tuvo aquel temor ante el que se consideraba superior pero que, aferrado a estudiados esquemas no consiguió zafarse de sus “camisas de fuerza”…
Contrario al partido de Libertadores fue el capítulo dominical en el que Real Madrid no pudo quebrar la resistencia del modesto Girona. Este equipo, tomándole la medida a la constelación que tenía enfrente, tuvo la paciencia de esperar, según lo previsto en su “ajedrez”, para tomarle la espalda al rival y hacerlo desesperar ante aquel grupo ordenado de jugadores conocedores de su papel. Entonces, el Gijón fue una declaración de buen y jugar, de conocer sus limitaciones y por lo mismo exprimir sus posibilidades, que fueron suficientes para llegar a donde se tenía que llegar. Todo tenemos un límite, y los catalanes supieron conseguir las fronteras madrileñas para desnudarlos y ponerlos en un ir y venir, en un oscilar hacia ningún lado que terminó por darle frutos para alcanzar un impensado armisticio que mucho ha de haber dolido al orgullo del paseo La Castellana…
El fútbol se juega según las conveniencias, y cada quién lo plantea en busca de un objetivo. Hoy día es obsesivamente resultadista en función del dinero envuelto, y por ello, ha desplazado el concepto del buen jugar, del agradar que tanto defendió César Luis Menotti en sus preceptos del fútbol. ¿Volverá alguna vez, algún día el juego como diversión, como parte fundamental en el aspecto lúdico del ser humano? El fútbol, insertado como parte de la sociedad, va con los tiempos y por ahora no se avizora que esta tendencia vaya a cambiar. La publicidad inventa y alimenta ídolos e incorpora lenguajes sagrados al habla popular: “épico”, “mitos”, “legendario”, con tal de vender y levantar lo que aún no lo merece.
Nos vemos por ahí.
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