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Suramérica también existe – Líder en deportes

Un niño, parado en el graderío del estadio, enseña una pequeña pancarta con la foto de Estevao, debajo el nombre del jugador, y una diminuta banderas de Brasil.

La imagen del niño habla de una idolatría crecida al amparo del Chelsea, y el reconocimiento al joven brasileño de dieciocho años de edad que acababa de marcar al Barcelona un gol para recordar.

Entonces, echar una mirada al campo de juego da una bocanada de satisfacción, porque el partido entre ingleses y españoles va tomando un matiz propio de América del Sur.

Lleva la pelota a tranco limpio el ecuatoriano Moisés Caicedo, hace un amago para esquivar a un contrario y entregar en corto y muy a su estilo al argentino, pura categoría, Enzo Fernández. Estevao espera el pase del lado derecho para de inmediato enmarañar el balón en la red, y el veloz argentino Alejandro Garnacho monta guardia, como un centinela, en la pradera izquierda. Entretanto, Andrey Santos y Joao Pedro, dos jóvenes brasileños, aguardan en el banco ansiosos por mostrar sus piruetas y todas sus habilidades.

De súbito, el avance feroz del Chelsea se detiene. Del otro lado lo espera el uruguayo Ronald Araújo con las fauces abiertas, y el brasileño Raphinha se mece a los dos lados del terreno a la espera de una oportunidad para el equipo blaugrana.

No estamos mirando un partido en un estadio de Suramérica; no es la elegancia del Monumental de Buenos Aires, el contagiante sonido de samba del Maracaná de Río de Janeiro, el toque de historia del Centenario de Montevideo, el sabor indígena del Olímpico de Atahualpa. No señor. Estamos siguiendo el partido de la Champions League en el Stamford Bridge, en Londres, siempre revestido con las tradiciones, el orgullo de la corona inglesa, y la lluvia pertinaz de la gran ciudad.

No hay registros fieles que hablen de los primeros jugadores suramericanos en aquel continente, pero sí de los casos más sonados. El de Alfredo Di Stéfano fue un suceso mundial al llegar al España y enrolarse en el Real Madrid; su presencia en el equipo blanco, junto al uruguayo José Santamaría, abrió los portones a Suramérica.

Después, aunque tibiamente, llegó al Milan, Amarildo, aquel muchacho que suplantó al lesionado Pelé en el Mundial de Chile, en 1962, en tiempos que jugar extranjeros en Italia era una rareza. Hemos citado estos casos como ejemplo de una diáspora de jugadores salidos desde los abrevaderos de este continente, para demostrar que la picardía y el truco que se aprende en los potreros y las partidas callejeras de estos países llegan a ser el asombro de los atildados europeos.

Hoy día es cosa común ver a los futbolistas de América del Sur salpicando de genio y figura los estadios de Madrid, París, Londres, Roma, Barcelona o cualquier ciudad famosa, o aquellas sin nombre, pero también admiradores de los muchachos que llegan desde la otra orilla del Atlántico.

Benedetti también juega

El título del texto guiña un ojo a Mario Benedetti. Como una reminiscencia a uno de sus poemas, “El sur también existe”, escribimos “Suramérica también existe”, una manera de recordar todas las maravillosas cosas que por estos confines se hacen, incluyendo, cómo no, a futbolistas que han trascendido en las canchas de Europa y han alegrado la vida a la gente, como el niño de la nota anterior.

En una época había recelos por el Nuevo Mundo, y aunque no se dudaba de su calidad, si de su adaptación. Empero, esto escondía, además, otra razón: el prejuicio racista, la convicción de que la falta de educación y formación ciudadana iba a aflorar en un contexto que les iba a resultar extraño.

Nunca ha sido así; si algunos de los jugadores de América del Sur han fracasado ha sido por esas y otras razones personales, no es de buen grado generalizar.

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