Vistas las recientes demostraciones de soberbia y grandeza de algunos atletas, de comportamientos exuberantes pero carentes de hidalguía y educación, habría que preguntarse: ¿ha cambiado el deporte?,¿los grandes jugadores tienen “licencia para matar”, como James Bond?
Max Scherzer se niega a entregar la pelota al manager John Schneider, de los Azulejos de Toronto, porque el dirigente ha considerado la labor de su lanzador como tarea cumplida. El hombre, desautorizado y sintiendo el peso abrumador de la humillación, deja al pitcher para, cabizbajo, marchar de regreso al dogout.
Lamine Yamal llena su boca de improperios y palabras de baja ralea contra el Real Madrid, en momentos cuando solo faltan tres días para el partido en la liga española. El muchacho ríe su gracia, sabe que ha herido en lo más profundo a su rival dominical, y su padre, que no sabe de ejemplos familiares, celebra la insolente salida del jugador.
Llega el gran partido, disputa ardorosa en todos los rincones del campo, y en algún momento Xabi Alonso, notando el cansancio de Vinicius, lo llama al banco y lo sustituye por Rodrygo.
No hay obediencia, no hay respeto, no hay reconciliación: Vinicius suelta frases inaudibles y no va al lugar de los suplentes a mirar el resto del juego, sino, soberbio, encendido por el cambio, directo al camerino.
Termina la acción y se involucra en el tumulto de jugadores, técnicos y árbitros, todos “magníficos actores” del escandaloso bochorno, y reta a Lamine; lanza puñetazos al aire de Madrid, y el contrario del Barcelona, envalentonado, lo reta a pelear para vérselas fuera del estadio madrileño.
La pelota va y bien de los lados del “court”. Aquí Jannik Sinner; allá, Carlos Alcaraz. Se afanan peloteando, como buenos tenistas que son; hacen jugadas imposibles, meten las raquetas en lugares casi invisibles y en acciones de asombro, y en los instantes culminantes del final del punto, el español clava un “smash” y desconcierta al italiano. Alcaraz ha triunfado, y con una sonrisa más grande que su rostro señala al contrario con su raqueta dispuesta en su brazo derecho como ametralladora lista para disparar: Sinner ha sido burlado.
Tal vez el deporte ha roto con sus valores del pasado y ahora ser arrogante es la clave para ser tomado en cuenta.
Aquella premisa de la deferencia y la consideración con el derrotado ya no llega al corazón de los deportistas ni al del aficionado. Las reacciones de Scherzer, Vinicius, Lamine y Alcaraz hablan claro: la vejación es la premisa, y de aquí en adelante y no sabemos hasta cuándo, los dioses del deporte son los dueños del gran show.
A veces, y cuando vemos estas actitudes de superioridad, buscamos en casa a Enrique Santos Discépolo para volver a oír, así sea como un despecho amoroso, el tango “Cambalache”: “Todo es igual, nada es mejor; lo mismo un burro que un gran profesor”.
Amarguras en Río de Janeiro
Yeferson Soteldo, en estos tiempos vistiendo la camiseta del Fluminense, respondió a ciertas críticas lanzadas desde Caracas.
El atacante portugueseño, viviendo horas bajas en su quehacer en los terrenos, no soportó aquellas palabras que le sonaron amargas y que consideró injustas.
¿Se considera el futbolista venezolano una deidad? No es para tanto, porque el venezolano no está aún en la cumbre del fútbol. Quizá las razones que dieron pie a los juicios por su mal momento deben haberle herido, porque son los días en los que a los deportistas le asaltan las dudas: ¿no soy capaz, debo seguir o debo irme?
A Soteldo pueden haberle llegado en esos momentos de crisis, de pensamientos negativos, porque, en rigor, él es un buen jugador, y aunque ahora parece haber perdido su aura de idolatría, no estaría mal verlo marcar dos goles en el Brasilerao.









